—¡Está bien! —respondió Sía con entusiasmo.
Luna no esperaba que, tras esperar, a la una de la mañana aún no regresara Leandro.
Durante ese tiempo, ella acompañó a Sía. A veces Sía leía, otras veces jugaba en la computadora; la mayoría de las veces, Sía se dedicaba a cosas que Luna no entendía, como fórmulas de biomoléculas.
Luna se dio cuenta de que las matemáticas no eran el mayor interés de Sía; eran solo una materia básica. El cálculo rápido era un simple juego para ella. Su verdadero interés estaba en la bioquímica. A su corta edad, le fascinaba investigar fórmulas químicas, algo que jamás habría imaginado.
Para la cena, Luna pidió comida a domicilio; Sía quería tacos, así que eligió el servicio de entrega más popular de la zona. Sía comió poco esa noche, y Luna también tomó un poco.
Cuando llegó la diez de la noche, Luna le pidió a Sía que llamara a Leandro. Era demasiado tarde y él aún no volvía. Sin embargo, Leandro le dijo a Sía que se fuera a dormir y que no lo esperara, lueg