Daniela apretó el picaporte de la puerta, e inhaló profundamente y trató de mantener un tono tranquilo: —Estoy bien. Solo es un resfriado común, en unos días estaré mejor.
Sebastián refunfuñó indiferente: —¿Crees que quiero preocuparme por ti? Es la abuela quien está muy preocupada. Si ella lo ha dicho, ve a ver al médico.
Daniela pensó rápidamente, pero no pudo encontrar una buena excusa para rechazarlo, solo pudo en ese momento decir: —Puedo ir sola. Sé que estás bastante ocupado con tus asuntos.
Sebastián la miró de reojo: —No digas tonterías. ¡Ve y lávate las manos, y vamos!
Finalmente, ambos se subieron al coche y se dirigieron directamente al hospital.
—No pongas esa cara. Si no fuera por la llamada de la abuela, ¿crees que, con tu estatus, podrías ir a un hospital tan exclusivo? —dijo con seriedad Sebastián.
Daniela respondió: —No me importa. No quiero ver a un médico. Déjame bajar.
Dicho esto, intentó abrir la puerta del coche.
Sebastián agarró con fuerza su mano y la miró con