04. El Compromiso

La fiesta se estaba llevando a cabo en la mansión de los Metternich; se respiraba lujo y un ambiente sofisticado, y ella sentía que se estaba asfixiando allí dentro, lejos de los amplios y hermosos jardines en el exterior, se la pasaba terrible.

El espacio estaba decorado con luces elegantes, centros de mesa impresionantes, flores frescas y suntuosos detalles dorados. La música que sonaba era una mezcla de canciones románticas y de moda que animaría a los invitados a bailar toda la noche.

Pero ella se sentía tan apagada, queriendo largarse a llorar, escapar de aquel ambiente al que no pertenecía y fue obligada a estar.

Era increíble ver a tantas personas que no vio jamás en su vida, a todos los presentes actuando con pretensión.

—Endereza la espalda, Nicolle, sonríe y saluda, no seas grosera, todos te están mirando ahora mismo.

—Madre, ¿de verdad me estás pidiendo eso? —emitió por lo bajo, incapaz de hacerlo con naturalidad lo que su madre le pedía, solo de forma forzada lo hacía.

—Ay Nicolle, no dejas de ser una mujer afortunada, mira nada más a tu alrededor, todas esas personas tienen dinero para toda su vida, no deben preocuparse por nada en absoluto, gracias a ti, el destino de tu padre y el mío cambiará —comentó sin esforzarse lo más mínimo por ocultar lo interesaba que era respecto a ese arreglo matrimonial.

La aludida prefirió guardar silencio y más cuando se acercaba la madre de Serkan. En contados minutos, frente a ella, se encontraba Giselle.

La mujer de expresivos ojos verdosos, tenía una apariencia poseedora de dominio total y por ende causaba un efecto de aturdimiento en los demás, en su caso, se sintió incómoda y más cuando la señora Metternich la repasó de los pies a la cabeza sin disimulo alguno. ¿Era esa la forma de evaluar a la futura esposa de su hijo? Tal vez la estaba comparando con Lili... ¿no era suficiente?

Renata fue la primera en saludar casi haciéndole una reverencia, lo único que le faltaba era ponerse de rodillas y tratarla como un dios.

—Señora Metternich, está deslumbrante.

—¿Cómo podría contradecir tus palabras? ciertamente estoy destacando... Pero tu hija no se queda atrás, tal vez debería decir mi futura nuera. ¿No te ha enseñado tu madre a saludar? —cuestionó de pronto adoptando un tono de voz más serio y captando la atención de la susodicha quien elevó la mirada con cierta vacilación.

Renata le dio un ligero golpecito y trató de disimular ante la mujer.

—Lo siento, ¿cómo se encuentra, señora Metternich? —fue lo primero que se le ocurrió decir y la aludida resopló, aún sosteniendo esa copa de champagne que pronto se inclinó a los labios.

—¿No estás alegre? Sonríe, todos te miran, quita esa cara larga, también me opuse al matrimonio, ¿crees que estoy ansiosa por ver a mi hijo unirse a ti? —escupió despectiva.

Solo veneno soltaba esa mujer.

La joven tembló en su lugar, sintiéndose terrible. Era cruel con sus palabras, tan malvada.

—¿Por qué no le perdonó la deuda a mis padres? Entonces se habría evitado todo esto.

Ella abrió la boca enfadada e iba a decir algo, sin embargo justo en ese momento hizo acto de presencia su marido.

—Aquí están, en poco daré el anuncio.

Ya Renata recriminaba a su hija con la mirada, mientras que Cort hablaba con su esposa.

—¿Y dónde demonios está Serkan?

—Dijo que vendría en unos minutos.

Al rato la joven ocupaba una mesa junto a sus padres. Enfundada en aquel vestido azul, con el cabello arreglado y luciendo atractiva, de igual manera estaba tan vacía.

No había nada de alegría, ni una pizca en un interior.

En lugar de correr a un refugio seguro solo avanzaba a una prisión, a la misma destrucción.

Se sintió más incómoda al darse cuenta que, Charles, la miraba. El hermano mayor de Serkan.

De un momento a otro, todos voltearon a ver al protagonista, ese espécimen que llevaba traje oscuro, cabello prolijo y daba pasos seguros. Sus profundos zafiros la apuntaron en cuestión y sintió que se le cerraba el tráquea, que no podría seguir respirando.

Franz, el padre de Nicolle, sentía como se le revolvía el estómago, sabía cuál era su error allí, pero tenía solo desventajas y lamentablemente un paradero fragmentado que lo ató al acontecimiento.

La música se detuvo cuando frenó y le tendió la mano. Nicolle se levantó aferrando sus dedos masculinos, y se extendió a través de su cuerpo un ardor matador, esa sensación que llevó un espiral de sensaciones raras a su vientre.

—Agradezco a todos que hayan venido —comenzó diciendo Cort, tras ejecutar el tintineo sobre la copa de cristal —. Es una noche especial, porque mi hijo menor les dirá una noticia magnífica.

—Me casaré, hoy anuncio oficialmente mi compromiso con Nicolle, desde que la conocí se metió en mi cabeza, pedirle matrimonio ha llegado a mi mente cuantiosas veces, estoy seguro que no seré feliz con alguien más en la vida —y le dedicó una sonrisa, curvando los labios "pareciendo certero", era solo una mentira.

Pero debía admitir lo buen actor que era.

La ovación llegó, al tiempo de que él sacaba los anillos.

Era bueno fingiendo, mintiendo y engañando a los demás.

—¡Beso! ¡Beso! ¡Beso! —pidió la multitud, las mejillas de Nicolle se tornaron escarlatas, por más patético que fuera, nunca en su vida besó a un hombre.

Lo peor era recibir el dichoso beso de parte de un frío Monstruo.

Él tomó su mentón y besó sus labios.

Fue como recibir un ligero toque de un tempano de hielo.

Sin embargo, Nicolle sintió que lo hizo antes, que no era su primera vez al ser besada por un hombre.

Más tarde hubo un espectáculo en vivo.

Los Metternich pensaron en todo, con tal de crear el ambiente de una fiesta de compromiso de lujo emocionante, alegre y perfecta.

Tan solo un vil engaño.

***

Nicolle se escabulló del bullicio de la fiesta de compromiso que se celebraba en el interior de la elegante mansión. Necesitaba aire fresco y un momento de paz para reflexionar sobre su vida. Cerró los ojos y respiró profundamente, inhalando el aroma de las flores del jardín.

De repente, escuchó unos pasos que se acercaban a ella. Era Serkan, que la había estado observando desde lejos. Un escalofrío recorrió su cuerpo al sentir su presencia.

Serkan se acercó a ella y la agarró del brazo con fuerza. Milenka se asustó y trató de liberarse, pero él la sostuvo con más fuerza.

—¿Qué estás haciendo aquí fuera, sola? —exigió saber con voz ronca y posesiva mientras la miraba a los ojos.

Nicolle trató de ocultar su miedo y contestó con una sonrisa forzada.

—Sólo necesitaba un poco de aire fresco... ¿podrías soltarme?

Serkan la miró de arriba abajo y sus pensamientos empezaron a divagar. En su mente, se preguntó cómo era posible que una mujer pudiera ser tan hermosa e intrigante al mismo tiempo.

—Debes estar adentro —señaló.

Ella no dijo más.

Se preguntaba por qué se sentía tan extraña cerca de Serkan. Había algo en él que la inquietaba, algo que no podía entender.

Después de unos momentos tensos de silencio, Serkan finalmente la soltó y se alejó de ella con una mirada enigmática.

Suspiró con alivio y se dio cuenta de que había estado conteniendo la respiración todo el tiempo. No sabía qué podía significar la extraña actitud de Serkan, pero estaba segura de que no quería estar cerca de él durante mucho tiempo.

Entonces se apoyó en la pared y cerró los ojos, tratando de calmarse y olvidar el encuentro con Serkan. Sin embargo, seguía sintiendo su presencia, como si continuara observándola desde la distancia.

Pasaron unos minutos antes de que Nicolle abriera los ojos de nuevo y decidiera volver a la fiesta. Se arregló el vestido y se alisó el cabello antes de dar un último vistazo al jardín y respirar profundamente. Al girarse, se encontró con el rostro de Serkan a solo unos centímetros del suyo. Nicolle dio un respingo y se apartó, sintiendo la mirada intensa de Serkan sobre ella.

—No me gusta que estés sola aquí fuera —siguió diciendo con voz masculina y profunda.

Nicolle se sorprendió al ver la preocupación reflejada en los ojos de Serkan. ¿Por qué actuaba si solo eran ellos dos? ¿Acaso sí podía sentir?

—¿Qué pasa, Serkan? —susurró intranquila, con un atisbo de curiosidad en su voz.

Serkan la miró unos segundos.

—No puedo explicarlo. Solo... algo en ti me hace sentir extraño.

Nicolle frunció el ceño, sin entender del todo lo que Serkan trataba de decir.

¿Qué rayos estaba tramando?

—¿Extraño cómo? —cuestionó, luchando por mantener la compostura.

Serkan se acercó a ella, con una mano en la cintura de Nicolle.

—Como si no pudiera resistirme a ti, al fin y al cabo soy un hombre —expresó él antes de inclinarse y besarla con pasión.

Nicolle se quedó sin palabras ante el beso de Serkan. Una parte de ella se sentía confundida y asustada, pero otra parte se sentía atraída por aquel tipo que era solo veneno.

Finalmente, se separó de Serkan y lo miró a los ojos, tratando de entender todo lo que estaba sucediendo entre ellos.

—¿Por qué lo has hecho? —exigió con la respiración pesada.

Él sonrió, el gesto que frente al espejo se cansó de practicar. Hacía lo mejor que sabía: mentir, engañar y manipular.

Y Nicolle empezaba a caer.

—Serás mi esposa, nos daremos más que un beso, así que deja de hacerte la sorprendida.

Pasó saliva con dificultad.

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