06. En Las Sombras

Era una locura sentirse en otra dimensión, como a través de su ser corría un millar de emociones que pensó no sentir.

Se repetía en cuestión lo de la noche. Atrás quedaron sus temores y su deseo de huir, reemplazados por una pizca de miedo y una dosis de urgencia por ser tomada por el hombre.

Serkan la besó con pasión, su boca devorando la de ella sin delicadeza, solo había urgencia. Nicolle cedió a la intensidad del beso, dejándose llevar por la corriente que los unía. Aunque sabía que no era lo correcto, que su instinto advirtiendo le decía que lo evitara, su cuerpo se rendía a la atracción repentina que sentía por él.

La presión de su cuerpo contra la suya, la firmeza de sus manos en su cintura, todo era explosivo. Nicolle se sentía arrastrada por una fuerza que no podía controlar, una fuerza que le decía que esto era lo que quería, aunque su mente le gritara lo contrario.

Cuando finalmente se separaron, Nicolle se apoyó en la pared, tratando de recuperar el aliento. El lugar parecía girar a su alrededor, su corazón palpitaba desbocado en su pecho. No podía creer lo que acababa de suceder. Se había dejado llevar por un impulso irracional y estaba consciente de lo estúpido que podía ser.

Serkan la miró fijamente, en su rostro se dibujó un gesto de satisfacción.

Esbozó una mueca que le heló la sangre.

Sabía que había cedido a su dominio, que había caído en su trampa. Pero aún así, Nicolle no podía evitar sentir que había algo más bajo toda esa frialdad y arrogancia. Algo que la atraía de manera inexplicable.

—No puedo creer que hayas sucumbido tan fácilmente —emitió Serkan, con una sonrisa burlona en sus labios, elevando su mentón para que lo viera, ella tragó duro sin hacer contacto visual —. Te fascina.

Nicolle se enderezó, levantando la cabeza con valor.

—No te equivoques, Serkan. Esto no significa que acepte tu dominio sobre mí. Fue solo un momento de locura —se atrevió a decir, llena de odio.

Serkan se acercó nuevamente a ella, esta vez con una mirada más seria en sus ojos.

—No importa cómo lo quieras llamar, Nicolle. Desde este momento, eres mía. Y no habrá escapatoria.

Nicolle, a pesar de sentir un poco de miedo, no pudo evitar sentir una chispa molestia en su interior. Sabía que no podía permitir que él la controlara, que la sometiera a su voluntad. Se negaría a ser solo una pieza más en su juego.

—¿Qué obtienes haciéndome esto, eh? —lo enfrentó.

Serkan arqueó una ceja, su expresión se volvió aún más oscura y peligrosa. Pero Nicolle no retrocedió, se mantuvo firme frente a él.

El ambiente quedó cargado de tensión, ambos sintiendo la lucha silenciosa que se desataba entre ellos.

Sus ojos ámbar terminaron perdiendo ante su poderosa mirada.

Al final el hombre se marchó, preguntándose en su regreso al despacho, ¿cómo podría haberse sentido compasivo aquel día con ella?

Por su parte, se quedó paralizada, tratando de recuperar la respiración. Eso había sido intenso, aún podía tantear en sus labios el recuerdo del beso pasional y sentir aleteos en la boca de su estómago.

—Maldición, ¿qué demonios sucede conmigo? —se regañó a sí misma, cansada de esa satisfacción errónea poseyendo su ser.

***

Después de unos minutos, Nicolle comenzó a pasear por la habitación lujosa. A pesar del entorno sofisticado y elegante, se sentía sola y vulnerable. La ausencia de Serkan solo intensificaba esa sensación de vacío en su interior, aunque si estaba presente, se sentía invadida otra vez.

Mientras caminaba, su mente se llenaba de pensamientos contradictorios. Por un lado, sentía una atracción inexplicable hacia Serkan, incluso después de su arrebato pasional. Pero por otro lado, sabía que no podía dejarse llevar por sus emociones y permitir que él tomara el control total sobre su vida.

Sabía que Serkan estaría en su despacho, encerrado. Ella quería salir de allí, se sentía tan aburrida. Giró la cabeza con dirección al teléfono que sonó.

La expresión le cambió al ver que se trataba de su progenitora.

—Madre, ¿por qué llamas?

—¿Por qué tan grosera? —inquirió ofendida.

—Tal vez porque estoy de mal humor, odiando por completo la vida que debo vivir, porque estoy casada con un hombre que no amaré jamás —escupió con dureza.

Serkan se encontraba al otro lado de la puerta, escuchando sus palabras. Algo dentro de él se hizo añicos, pero la proyección de su interior quedó atrapada. Afuera solo podía verse inexpresivo, indiferente y frío.

—No, madre. No puedes decirme que sea agradecida por esta vida. ¿Cómo podría ser una oportunidad? Es un castigo para mí. Colgaré.

—¡Aguarda! —exigió, pero de todos modos finalizó la llamada.

Se quedó al filo de la cama y el móvil en la palma de su mano. Su madre era tan molesta, ya suficiente tenía con respirar en el mismo espacio que ese témpano.

—Esposo —pronunció asqueada y de súbito retornó el desesperado vuelo en su interior.

Al final se preparó para una salida. Su atuendo era demasiado ostentoso para su gusto, ni modo, tendría que usarlo sin más opciones a la vista.

Durante la ducha intentó alejarse de las imágenes sin censura recorriendo hasta sus escondrijos y no pudo. Serkan se adueñó de su subconsciente, de todo en absoluto.

Se arregló y salió de allí con la intención de respirar aire fresco, pero se lo topó de frente a la salida. Casi le da un infarto.

—Serkan...

—Vuelve a la habitación.

—¿Qué?

—¿No me has escuchado? —masculló entre dientes —. Regresa a la habitación, Nicolle.

—Que sea tu esposa... ¿significa que no puedo salir de aquí? —cuestionó con los ojos cristalizados —. No eres mi dueño, Serkan.

Él aferró su muñeca, aún incinerado.

—¿Tengo que decirte una vez más el significado de este matrimonio? Nicolle, ¿me estas desafiando? Odias ser mi esposa, pero yo te odio más a ti...

"Te odio más a ti por dejarme en las sombras". Se dijo para sus adentros, aún siendo una fiera con la mujer.

Ella lo miró con la inyección de miedo en los ojos. Entonces frunció el ceño, una punzada atacó su cabeza, un trozo perdido en su mente voló al presente entre ellos.

Sus ojos, su cabello y sus labios... lo había visto antes de todo eso, mucho antes de ser marido y mujer.

—¿Quién eres realmente? ¡¿quién eres?!

Temblaba.

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