—Gala, ¿crees que de verdad le romperán las piernas a mi hermano? —pregunté con voz temblorosa—. Mis papás quieren a Samuel más que a sus propias vidas. Si algo malo le pasa, se volverán locos.
Gala me miró con una mezcla de preocupación y firmeza antes de responder:
—No creo que pase nada. Tu familia no tiene el dinero, ¿qué pueden hacer ellos? No van a matar a nadie, ¿o sí? —hizo una pausa, buscando mis ojos—. Jazmín, no te preocupes tanto. Tus papás no son tontos. Si esos tipos intentan algo, ¿no crees que llamarían a la policía?
Gala me dio unas palmaditas en el hombro, tratando de calmarme. Su toque era reconfortante, un ancla en medio de mi tormenta emocional.
Sus palabras tenían sentido y me tranquilizaron un poco. Sentí que parte de la tensión abandonaba mis hombros mientras consideraba su lógica. Quizás estaba dejando que el miedo nublara mi juicio.
—Ya es tarde. Deberías ir a dormir. Yo me quedaré esperando la llamada de mi mamá. Dijo que esa gente llegaría en una hora. Temo