En cuanto la cámara se apagó, dejó caer el plano y su sonrisa dulce se transformó en una mueca de fastidio. Una artistilla de tercera se daba aires de diva de primera.
—A ver, diseñadora, ¿podrías dejar de interrumpirme todo el tiempo?
Luego, se volteó hacia uno de los asistentes de producción y se quejó a gritos.
—¿Qué clase de gente sin educación invitan a este programa? ¿Cómo se supone que vamos a seguir grabando así?
Miranda se recostó en el sofá con los brazos cruzados y la miró con indiferencia.
Antes de que Fabián o el asistente pudieran mediar, ella respondió con un tono mordaz.
—Ah, claro. Te dejo seguir diciendo estupideces y hablando de tus ideas de diseñadora de pueblo, ¿no?
—¡Qué te pasa!
—Te aconsejo que si no sabes, te calles. Y si no quieres grabar, vete. ¿En serio te crees tan importante? Ubícate, niñita, y mira con quién estás hablando.
La noticia de la pelea no tardó en llegar al director general. Sus