La abrazó, hundiendo la cara en su cabello suave, y volvió a cerrar los ojos, respirando de forma acompasada.
Miranda no entendía a qué venía todo eso. La tenía abrazada con tanta fuerza que no podía moverse, así que solo le quedó protestar en voz baja, junto a su oído.
—Suéltame. ¡No te hagas el dormido, contéstame! ¿Estás bien o qué? Si no aguantas el alcohol, no deberías tomar tanto. Y si vas a vomitar, más te vale avisar, ¿eh? Ni se te ocurra vomitarme encima. ¿Ya fue suficiente? ¡Se me va a dormir el brazo!
—No hagas ruido. Un ratito más.
Su voz fue un murmullo y aflojó un poco el abrazo.
Miranda no supo qué bicho le picó, pero, por alguna razón, se calló.
Todo quedó en silencio. Estaban tan cerca que sentía el roce de su aliento en la oreja y casi podía escuchar el latido de su corazón.
En la quietud de la noche, los recuerdos del pasado suelen venir a la mente.
Recordó sus días en la escuela. La secundaria y la preparatoria estaban en el mismo campus, así que durante cuatro año