Morgan siguió escapando, escondiéndose y metiéndose en pasillos rebuscados. Su abdomen abultado le restaba agilidad, pero no se rindió hasta que sus pasos la alejaron de sus perseguidores y la llevaron hasta esa tienda de ropa.
Entró rápidamente y la encargada, preocupada, se acercó:
—Señora, ¿está bien?
—Quiero hablar con tu jefe, quiero hablar con Elliot —exclamó ansiosa, alejándose de las vitrinas y las puertas de cristal.
—¿Cómo dijo? —La señorita no parecía comprender.
—¡Por favor! ¡No tengo tiempo! —suplicó desesperada.
En ese momento las puertas de la tienda se abrieron y ella retrocedió, temerosa de que se tratara de Ivar. Sus pasos la llevaro