—¡Deténganse! —exclamó un tercer hombre acercándose con paso firme. Era el jefe de seguridad. Vio con horror a Morgan que tenía la frente llena de sudor por el sufrimiento—. Métanla a la oficina, que se ponga cómoda, y llamen a un doctor. ¿Está bien, señora Haugen?
—¿Señora Haugen? En poco tiempo ya no lo será… —dijo Cristina con el ceño fruncido, indignada por ser ignorada—. Saquen a esta mujer como si fuera un perro, entre más dolor sufra en el proceso, mejor. Tiene que aprender a que no puede entrar así a este edificio.
El jefe de seguridad se acercó con precaución hacia Morgan, liberándola de los dos hombres que la habían sometido y torturado. La tomó con gentileza