Pese a que me lo suplicó y llegó a echarse al piso, de rodillas, no le dije a Rubí lo que había decidido. Quería conservarlo en secreto hasta no haber hablado con Anura.
—Y una pistica, así, pequeñita —insistió, encogiendo los dedos—. Porfis, a mí, que te dio posada anoche.
—Posada y serenata —dije, con ganas de desquitarme por lo colorada que llegó a ponerme frente a su novio, con sus comentarios sobre mis pretendientes.
—¿Serenata?
Imité el sonido de sus jadeos.
—Ahhh, aaahhh, aaaaahhh.
Se puso coloradísima, pero de la risa que la