Mundo ficciónIniciar sesión~ Amalia ~
Dante dormía a ratos, sacudido por la fiebre y el dolor, mientras yo permanecía sentada a su lado, vigilando cada uno de sus alientos. Acaricié su frente, retirando un mechón de pelo empapado en sudor. Dante abrió los ojos lentamente, sus pupilas estaban dilatadas, pero su mirada seguía teniendo esa intensidad que me desarmaba. — Estás despierto. — Susurré, tratando de sonreír— La fiebre ha bajado un poco. — Amalia... — Su voz era un roce áspero. — Tienes que irte, Marcus debería haber vuelto ya, si no lo ha hecho, es porque el cerco de mi padre se está cerrando, no quiero que estés aquí cuando la puerta caiga. — No voy a ninguna parte, Dante. Ya te lo dije, si Marco quiere llegar a ti, tendrá que pasar por encima de la mujer que casi te mata una vez, te aseguro que no soy un obstáculo fácil. Dante soltó una risa débil que terminó en un quejido. Intentó incorporarse, apoyándose en su brazo sano, y yo lo ayudé a recostarse contra las almohadas. — Eres terca. — Dijo, tomando mi mano con fuerza. — Pero Marco no es como los Santino. Él no juega con amenazas, él borra lo que ama si siente que ya no puede controlarlo, y a mí... Él ya me perdió hace mucho tiempo. Justo en ese momento, el teléfono de seguridad que Dante guardaba en la mesa de noche vibró. No era un mensaje de Marcus, era un video privado enviado desde un número desconocido. Dante lo abrió con manos temblorosas y yo me acerqué para ver la pantalla. El corazón se me detuvo. En la imagen, granulada y oscura, se veía el despacho principal de L'Ombra. Eleanor estaba sentada en una silla, atada y con el rostro golpeado. Detrás de ella, Marcus permanecía de pie, encañonado por dos hombres que reconocí como los antiguos guardaespaldas de Marco. Y en el centro, sentado en el sillón de cuero de Dante, estaba un hombre de pelo canoso, con una elegancia fría y calculadora, Marco Moretti. — Dante, hijo mío. — Dijo Marco a la cámara, con una voz suave que destilaba veneno. — Sé que estás escuchando, sé que la pelirroja te tiene encandilado. Cometiste el error de dejar que tus sentimientos dictaran tus negocios, y mira las consecuencias, tienes una hora para presentarte en el club. Si no lo haces, Eleanor y Marcus pagarán por tu cobardía, y después, iré por la chica Barnes, no hay rincón en esta ciudad donde puedas esconderla. El video se cortó. El silencio que siguió fue más pesado que el plomo. — Es una trampa. — Dije, sintiendo que el aire me faltaba. — Si vas, te matará. — Si no voy, los matará a ellos. — Dante golpeó el colchón con el puño. — Eleanor me ha servido con lealtad desde que era un niño, Marcus ha recibido balas por mí, no puedo dejarlos morir por mis errores. — ¡Estás herido! — Exclamé, poniéndome de pie, caminando de un lado a otro por la pequeña estancia. — Apenas puedes mantenerte en pie, Marco sabe eso, quiere que vayas allí para ejecutarte frente a todos sus capitanes, para demostrar que ha vuelto al mando. Dante se quitó la sábana y, con un esfuerzo sobrehumano que hizo que sus puntos de sutura crujieran, se puso en pie. Se tambaleó, y yo corrí a sostenerlo, sintiendo cómo su cuerpo ardía de nuevo. — Entonces le daré el espectáculo que busca. —Dijo, mirándome fijamente. — Amalia, abre el armario del fondo, hay un compartimento oculto en el suelo, saca lo que hay dentro. Hice lo que me pidió. Bajo las tablas del suelo, encontré una maleta metálica. Al abrirla, vi dos pistolas, varios cargadores y algo que me hizo palidecer, un chaleco antibalas ligero. — Póntelo. — Ordenó Dante. — Vamos a ir a L'Ombra. Pero no vamos a entrar por la puerta principal como corderos al matadero, vamos a usar el túnel de servicio que conectaste cuando revisaste los planos legales. — ¿Quieres que peleemos los dos solos contra todo su ejército? — Pregunté, sintiendo una mezcla de terror y una extraña euforia. — No estamos solos, si llegamos a la central de comunicaciones, puedo activar la señal de lealtad, muchos hombres en ese club me siguen a mí, no a mi padre. Solo necesitan ver que sigo vivo, que no me he rendido. Me puse el chaleco y revisé mi arma. El peso del metal me dio una seguridad amarga. Ya no era la abogada que buscaba papeles, era la mujer que iba a entrar en la boca del lobo para salvar a los únicos aliados que le quedaban. Salimos del refugio bajo una lluvia torrencial. Dante se movía con dificultad, pero su rostro era una máscara de hierro. Manejé yo, atravesando la ciudad en silencio. Llegamos a la entrada trasera de L'Ombra, un callejón oscuro que olía a basura y a miedo. Dante usó su llave maestra para abrir la pesada rejilla de metal. El túnel era estrecho y olía a humedad. — Escúchame bien. — Susurró Dante, deteniéndome antes de entrar en la zona de ventilación. — Si algo sale mal, si nos separan, quiero que busques a Eleanor y salgas por la salida de emergencia del sótano, no mires atrás. — No voy a dejarte atrás de nuevo, Dante. Ni por mi padre, ni por mi vida. — Respondí, dándole un beso rápido y amargo que sabía a despedida. Avanzamos por los pasillos internos hasta llegar a la rejilla que daba al despacho principal. Lo que vi me heló la sangre. Marco Moretti estaba de pie frente a Eleanor, sosteniendo una tijera con una calma aterradora. — El tiempo se acaba, querida. — Le decía Marco a Eleanor. — Parece que tu jefe prefiere a su abogada que a su propia familia. Dante me miró y asintió, era el momento. — ¡Marco! — Gritó Dante, pateando la rejilla y saltando al despacho con el arma en alto, a pesar de su hombro sangrante. Yo salí justo detrás de él, cubriendo su flanco. Los guardias de Marco reaccionaron tarde, sorprendidos por nuestra aparición desde las sombras. Se desató un tiroteo frenético en el espacio cerrado. El ruido era ensordecedor, cristales rompiéndose, gritos y el olor a pólvora llenando la habitación. Logré derribar a uno de los hombres que apuntaba a Marcus, dándole el segundo que necesitaba para liberarse y golpear al otro guardia. Pero en medio del caos, vi a Marco Moretti retroceder hacia la caja fuerte. — ¡Dante, cuidado! — Grité. Pero fue tarde. Una segunda oleada de hombres entró por la puerta principal, rodeándonos. Estábamos atrapados en el centro del despacho, bajo la mirada triunfante del verdadero monstruo. Marco se rió, un sonido seco que resonó sobre los disparos que cesaban. — Bienvenidos a casa. — Dijo Marco, mirando la herida de su hijo con desprecio. — Amalia, querida, has hecho un trabajo excelente debilitándolo para mí, ahora, veamos quién sobrevive a esta última lección.






