Capitulo 32

~ Amalia ~

Me quedé paralizada en el suelo frío del callejón, mirando la mano extendida de Dante.

Estaba manchada de sangre, pero no era la sangre de sus enemigos, era la suya propia, reabierta por el esfuerzo de la pelea.

Sus dedos temblaban ligeramente, pero su mirada seguía siendo esa mezcla de acero y fuego que me había perseguido desde el primer día.

— ¿Dante? — Susurré, apenas encontrando mi voz. — Deberías estar en un hospital, deberías estar lejos de mí.

— He pasado mi vida haciendo cosas que no debería, Amalia. — Respondió él, ayudándome a levantarme con un tirón firme pero cuidadoso. — No te salvé en el muelle para dejar que unos matones de tercera terminaran el trabajo de mi padre en un callejón mugriento.

Me puse en pie, sintiendo el dolor en mi mandíbula por el golpe, pero no era nada comparado con la punzada en mi pecho al verlo así.

Dante se tambaleó, apoyando su mano sana contra la pared de ladrillos.

Su respiración era pesada, un silbido doloroso que delataba la gravedad de su estado.

— Tenemos que irnos. — Dijo, mirando hacia la entrada del callejón. — Marcus está a dos calles con el motor encendido, pero no podemos volver

a L'Ombra. Mi padre ha tomado el control de los accesos principales, ahora mismo, somos dos fantasmas en nuestra propia ciudad.

Caminamos hacia la calle principal, yo sosteniéndolo por la cintura para que no se desplomara.

El contacto me quemaba, sentir su calor, su peso y el aroma a tabaco y antiséptico que desprendía me recordaba constantemente que este hombre, al que yo había intentado borrar de la existencia, era el único que me mantenía en pie.

Llegamos al coche negro donde Marcus nos esperaba con el rostro crispado.

Al verme, sus nudillos se tensaron sobre el volante, pero no dijo nada.

El silencio de Marcus era más aterrador que cualquier grito, era la prueba de que, para el mundo de Dante, yo era una traidora que no merecía el aire que respiraba.

— Al refugio de la calle 12, Marcus. — Ordenó Dante, dejándose caer en el asiento trasero. — Y asegúrate de que no nos siga ni nuestra propia sombra.

El refugio era un apartamento pequeño, escondido. No había lujos, no había sirvientes, ni estaba Eleanor para organizar el caos.

Solo estábamos nosotros tres y una bombilla que parpadeaba en el techo.

— Vete, Marcus. — Dijo Dante, sentándose en un sofá raído. — Ve con Eleanor, asegúrense de que los capitanes leales sigan en sus puestos. Si mi padre Marco pregunta por mí, diles que estoy muerto, eso nos dará unas horas.

Marcus me lanzó una última mirada de advertencia y salió, cerrando la puerta con un estruendo metálico.

Me quedé a solas con Dante, el silencio era asfixiante.

— Quítate la chaqueta, Dante. — Dije, tratando de sonar profesional, de recuperar a la Amalia que sabía qué hacer en una crisis. — Necesito ver esa herida, se ha abierto por completo.

Él no protestó.

Estaba demasiado débil para pelear, con manos temblorosas, lo ayudé a desnudarse de cintura para arriba.

Cuando el vendaje empapado cayó al suelo, se me escapó un sollozo que no pude contener.

La herida de bala en su hombro era un cráter de carne viva, rodeado de hematomas oscuros, era la marca de mi odio.

— Deja de llorar. — Gruñó él, aunque no había malicia en su voz. — No lo hiciste cuando me apuntabas, no lo hagas ahora.

— ¡No sabía nada, Dante! — Exclamé, buscando el botiquín que Marcus había dejado sobre la mesa. — Creí que tú habías matado a mi padre. Vi los documentos, vi tu firma...

— Mi padre es un artista de la mentira, Amalia. Él quería que nos destruyéramos el uno al otro, y casi lo logra. — Dante siseó de dolor cuando empecé a limpiar la herida con alcohol. — Él sabía que si tú me matabas, él recuperaría el control total de L'Ombra y tú serías ejecutada como la asesina, ganaba por ambos lados.

Me concentré en mi tarea, mis dedos moviéndose con una precisión nacida de la desesperación.

Lavé la herida, apliqué antibiótico y empecé a vendarlo de nuevo.

Estaba tan cerca de él que podía sentir el latido de su corazón bajo mis palmas, era un ritmo constante, fuerte a pesar de todo.

— ¿Por qué viniste por mí? — Pregunté sin levantar la vista. — Intenté matarte, te traicioné de la peor manera posible, me echaste de tu vida con razón ¿Por qué volver a arriesgarlo todo por alguien como yo?

Dante guardó silencio por un largo rato.

El único sonido era el de la lluvia golpeando los cristales sucios de la ventana.

De repente, sentí su mano sana en mi barbilla, obligándome a mirarlo, sus ojos estaban nublados por la fiebre, pero brillaban con una honestidad brutal.

— Porque cuando el láser estaba sobre mi pecho en el muelle, gritaste. Podrías haberme dejado morir y tu venganza habría terminado allí, sin que tus manos se mancharan. — Susurró, su rostro a centímetros del mío. — Pero no pudiste, y porque, Amalia, aunque me hayas disparado, prefiero morir protegiéndote a vivir en un mundo donde mi padre termine lo que empezó contigo.

— No digas eso. — Dije, las lágrimas cayendo sobre sus vendajes. — No merezco que me protejas.

— No se trata de lo que mereces. — Respondió él, su voz volviéndose más profunda, más íntima. — Se trata de que eres la única cosa en este negocio podrido que no tiene precio, eres mi debilidad, Amalia. Y supongo que ya es hora de que ambos aceptemos que nuestra guerra terminó en un empate.

Me dejé caer contra su pecho, rodeándolo con mis brazos, cuidando de no lastimar su hombro herido.

Por primera vez en meses, no sentí el peso de la venganza ni la sombra de mi padre.

Solo sentí al hombre que, a pesar de mis errores, se negaba a soltarme.

— Marco no se va a detener. — Dije contra su piel. — Si sabe que estás vivo y que estamos juntos, vendrá con todo lo que tiene.

— Que venga. — Dijo Dante, su mano acariciando mi cabello con una ternura inesperada. — Esta vez no estamos peleando por un imperio o por un nombre, esta vez, estamos peleando por nosotros. Y yo no pierdo cuando lo que está en juego es lo único que me importa.

Me quedé allí, abrazada a él en la penumbra del refugio, sabiendo que la calma era temporal.

Afuera, la ciudad se preparaba para la tormenta final, y Marco Moretti estaba moviendo sus piezas.

Pero por primera vez, no tenía miedo, tenía a Dante, y tenía la verdad.

Y esa era el arma más poderosa de todas.

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