Capitulo 29

~ Amalia ~

El silencio en L'Ombra era más aterrador que el tiroteo en el muelle.

Dante había pasado el día encerrado con Eleanor y Marcus, planeando como contraatacar contra los Santino, pero conmigo se comportaba de una manera que me revolvía el estómago, con gratitud.

Me había enviado flores a la suite, comida de los mejores chefs y, lo más perturbador de todo, me había devuelto mi pasaporte y una llave de su propia caja fuerte personal.

— Me demostraste que tu lealtad va más allá del papel, Amalia. — Me había dicho esa mañana, con una suavidad en la voz que me hacía querer gritar.

Me miré al espejo del baño.

Mis ojos estaban hundidos, la culpa de haber cancelado el primer ataque no era por haber querido salvarlo, sino por sentirme una cobarde.

Mi padre seguía en esa cama de hospital, y yo estaba aquí, aceptando flores del hombre que lo puso allí.

Algo dentro de mi seguía con sed de venganza, pero no podía evitar sentir culpa.

¿Por qué tuviste que hacerle eso a mi padre, Dante?

— No puedo ser débil otra vez. — Susurré a mi reflejo — Él tiene que morir.

Saqué el segundo teléfono desechable que Eleanor no había encontrado.

Mis dedos temblaban, pero mi resolución era de piedra, marqué al contacto.

— El muelle fue un desastre. — Dijo la voz al otro lado. — Casi nos atrapan.

— Esta vez no habrá errores... — Respondí, mi voz fría como el hielo. — Mañana por la noche, Dnte y yo estaremos solos. Sin seguridad, sin Marcus, iremos a la terraza del antiguo observatorio, el que da hacia la bahía. Es un lugar privado, no quiero fallos, esta vez, que sea de cerca.

— Entendido, Barnes, pero si fallas tú en llevarlo allí, el contrato se acaba y me quedo con el dinero.

— Estará allí.

— Bien, esta vez seran más hombres y primero lo golpearemos para estar seguros que no escape.

— Bien...

Colgué.

El plan estaba en marcha.

La salida a solas sería su tumba, Dante, en su afán de demostrarme que confiaba en mí, aceptaría cualquier invitación que yo le hiciera.

Salí de la habitación y me encontré con Eleanor en el pasillo.

Parecía agotada, con ojeras profundas.

— Señorita Barnes... — Me detuvo, su tono era inusualmente suave. — Solo quería darle las gracias. Lo que hizo por el Señor Moretti en el muelle... Él no tiene a mucha gente que daría la cara por él, Marcus y yo lo hacemos por deber, pero usted... usted lo hizo por algo más.

Sentí una punzada de asco hacia mí misma.

— Solo hice lo que creí correcto en ese momento, Eleanor.

— Él confía en usted. Quizás demasiado, solo tenga cuidado. — Añadió ella con una mirada críptica antes de alejarse.

Fui a la oficina de Dante.

Él estaba de pie junto a la ventana, sin la chaqueta, con las mangas de la camisa remangadas.

Parecía humano, parecía vulnerable.

— Dante. — Dije, tratando de que mi voz no vacilara. — Mañana por la noche... quiero salir. Solo nosotros dos, lejos de este lugar, lejos de Marcus y de los problemas, necesito aire.

Dante se giró, una pequeña sonrisa, casi imperceptible, apareció en sus labios.

—¿A solas? Marcus no estará contento.

— Marcus no tiene por qué saberlo, es una salida para nosotros.El observatorio de la bahía, solía ir allí con mi... antes de todo esto.

Dante caminó hacia mí y me puso una mano en la mejilla.

No me aparté, aunque cada fibra de mi ser quería hacerlo.

— Está bien, Amalia. Mañana por la noche, solo nosotros. Me vendría bien recordar por qué estoy luchando en esta guerra.

Esa frase me golpeó.

¿Por qué luchaba él? Yo sabía por qué, por poder, por dinero, por el legado de los Moretti.

Pero mientras lo miraba a los ojos, por primera vez vi algo que no encajaba con la imagen de monstruo que yo había construido.

Había un cansancio antiguo, una tristeza que parecía ir más allá de los negocios.

— ¿Todo bien? — Pregunté.

— ¿Por qué la pregunta? — Dirigió su mirada a la ventana, observando la ciudad.

— Luces... Cansado.

— Lo estoy, Amalia. Lo estoy... Ve a descansar que yo haré lo mismo.

Esa noche no pude dormir.

Pasé las horas contando los segundos, viendo el reloj avanzar hacia la hora de la ejecución.

Mei me llamó una vez, pero no contesté.

Ya no había vuelta atrás, mañana, la sangre de Dante Moretti mancharía las piedras del observatorio, y yo finalmente, después de tanta mentira y tanto dolor, obtendría la justicia que mi padre merecía.

O eso era lo que me repetía una y otra vez, tratando de ignorar el vacío que se abría en mi pecho cada vez que pensaba en la mirada de confianza que Dante me había dado.

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