Capitulo 25

~ Amalia ~

La tableta cifrada, regalo forzado de Dante, ardía bajo mis dedos.

Las últimas 24 horas las había pasado sumergida en el la red de L'Ombra, un mapa detallado que revelaba la arteria vital del imperio, la logística de distribución.

Era un laberinto de almacenes anónimos, códigos de envío falsos y rutas marítimas que Dante utilizaba para mover su mercancía sin ser detectado.

Mi trabajo ahora era el de un cirujano.

Ya no buscaba una bala, buscaba la arteria correcta para cortar, asegurando que el colapso fuera lento, innegable y, sobre todo, que pareciera un error de cálculo interno de Dante.

Lucas llamó a mi puerta a las siete de la mañana.

— El Señor Moretti requiere su presencia en el comedor principal, tenemos invitados de negocios.

— ¿A esta hora? — Pregunté, forzando un tono de impaciencia.

— La competencia no espera, Amalia. Vístase profesional.

Me vestí con un traje de pantalón gris acero.

Mi fachada de abogada contrastaba con la opulencia del comedor, donde Dante y un hombre estaban sentados frente a un desayuno de frutas frescas y café italiano.

El hombre, Dario Vettori, era una versión más relajada y sarcástica de Dante.

Vestía ropa casual de diseñador, pero sus ojos, de un azul pálido, analizaban mi presencia con una intensidad que me puso inmediatamente a la defensiva.

Dario no era un matón, era un mediador y un inversor silencioso, la plata que pulía el oro sucio de Dante.

— Amalia Barnes... — Dijo Dario, levantándose con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. — Finalmente conozco a la dama de hierro que le está dando a Dante una fachada de respetabilidad. El hombre que parecía más aburrido con la vida que un tiburón en una piscina.

— Dario es nuestro asesor en relaciones exteriores. Él maneja los puentes que yo quemo. — Intervino Dante, sin levantar la vista de su plato— Y Amalia es la única persona que tiene acceso al núcleo de mi seguridad legal.

El subtexto era claro, ella es mía, no la toques.

Y para mi, no te fíes de él.

Durante el desayuno, el ambiente era insoportable.

Dario y Dante hablaban en códigos sobre la necesidad de estabilizar la red después de las tensiones recientes con los Gallo.

Yo solo escuchaba, buscando una grieta por donde inyectar mi veneno.

— La competencia está reaccionando a la derrota de Gallo, Dante. — Dijo Dario, con un tono de fastidio.

— Lo sé, Amalia ya está trabajando en los nuevos estatutos para que parezca una inversión de bienes raíces. — Respondió Dante, mintiendo a su propio asesor.

Esa mentira fue mi oportunidad.

Dante estaba moviendo su mercancía hacia Nueva Jersey.

— De hecho, Dante. — Intervine con la voz firme de una socia molesta. — Los estatutos de Nueva Jersey son demasiado blandos para la estructura que necesitas. Tienes un almacén en Brooklyn, que es ideal. La seguridad es mínima, y la reestructuración corporativa sería más simple.

Mi sugerencia no era al azar.

Había visto el almacén en Brooklyn en los mapas, era una instalación antigua, vulnerable y apenas utilizada.

Si lograba mover la droga hacia ese punto y alertar a la competencia, sin que Dante pudiera rastrearlo,, la destrucción sería contenida.

Dario Vettori se echó a reír, un sonido seco que me erizó los nervios.

— Escucha a la abogada, Dante. Ella sabe más sobre tu red que tú.

Dante me miró fijamente, con una mezcla de sospecha y respeto.

— Brooklyn es una trampa, Amalia. Demasiado público.

— Una trampa para los inexpertos. — Repliqué con audacia. — Para un hombre de su calibre, es una distracción perfecta. Si la competencia cree que usted está invirtiendo en el puerto, no mirarán sus rutas terrestres.

Dante dudó.

La indecisión era un lujo que él rara vez se permitía.

Su paranoia se estaba enfrentando a su necesidad de parecer impredecible.

— Lucas. — Ordenó Dante, levantándose abruptamente. — Reorienta el 40% de la carga de Nueva Jersey al almacén de Brooklyn. Necesito ver si la visión de mi socia es tan aguda como sus uñas.

Mi corazón dio un salto.

Había logrado redirigir una parte significativa de su operación, la trampa estaba lista.

Más tarde, mientras trabajaba en los archivos legales ficticios en mi suite, mis dedos volaron sobre la tableta.

Usando mi acceso Delta, busqué el canal de comunicación más agresivo de la competencia.

Eran los hermanos Santino, una facción más joven y violenta que Dante buscaba calmar.

En un canal anónimo, que borré inmediatamente, envié el mensaje "almacén de Brooklyn. Viejo astillero. Control de seguridad portuaria mínimo. Movimiento en 48 horas."

El veneno estaba inyectado.

Mi venganza ya no era personal, era un ataque financiero destinado a desmembrar su operación para que la justicia lo alcanzara sin una bala de por medio.

Al caer la noche, Dante regresó a mi suite.

Entró sin llamar, cerrando la puerta detrás de él, no venía a trabajar.

— El plan de Brooklyn está en marcha, si esto sale mal, Amalia, tú serás la primera en pagar. Y créeme, no será con la muerte, será mucho peor.

— Los riesgos son parte de la inversión, Dante. — Dije, sintiéndome pequeña pero inflexible.

Dante se acercó y, por primera vez, no me tomó con posesividad, sino con una curiosidad sombría.

— Tu odio por mí es una fuerza increíble ¿Qué te hace creer que un hombre de leyes puede derrotar a un hombre de guerra?

— Un hombre de leyes conoce las reglas que usted rompe. Y cuando las reglas fallan, sabe cómo usar el caos en su contra. — Respondí.

Me tomó por la barbilla, forzándome a mirarlo.

Su rostro estaba a centímetros del mío, su aliento cálido me envolvía.

— Eres la única persona en mi vida que me mira con desprecio absoluto y me dice la verdad. Y eso... Eso me aterroriza y me excita al mismo tiempo. Pero si lo que hiciste en Brooklyn es una trampa, no me detendré por una camarera herida, te lo juro.

Sostuve su mirada, sabiendo que mi vida dependía de mi actuación.

La verdad era que, si la trampa funcionaba, su colapso era inminente.

La justicia por mi padre estaba a solo 48 horas de distancia.

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