Mundo ficciónIniciar sesión~ Amalia ~
El sol de la mañana se estrellaba contra los ventanales blindados en la sala de estar privada del restaurante de Dante. Yo estaba sentada, fingiendo leer un informe financiero que Lucas me había dejado. Mi pulso era acelerado. El disco de memoria del "Proyecto Fuego Rojo" seguía escondido en un hueco de la pared de mi suite. La puerta de la oficina se abrió con un estruendo. Dante entró, vestido con ropa deportiva oscura, sin el esmoquin, pero con una furia tan palpable que el aire se sentía más frío. Marcus estaba a su lado, tan inexpresivo como siempre, pero con un aura de violencia contenida. — Amalia, a mi oficina. Ahora — Su voz era baja, pero la orden llevaba el peso de un juicio. Me levanté lentamente, alisando mi vestido de seda, mi mente de francotiradora en modo de alerta máxima. Cada paso era una mentira calculada. Entré en la oficina, que olía a pólvora invisible. La estantería de caoba estaba cerrada, como si quisiera ocultarla, demasiado tarde. Dante no se sentó, se plantó frente al escritorio, obligándome a mirar hacia arriba. — Anoche, alguien entró en mi oficina, alguien usó mi reloj para abrir el acceso a El Búnker — Dijo Dante, su mirada de hielo clavada en la mía. — Alguien estuvo en mi sala de servidores y activó la alerta. Fingí sorpresa, mi rostro expresando una indignación controlada. — ¿Y usted me acusa a mí, Dante? ¿La mujer que acaba de arriesgar su vida para legitimar su nombre ante los Gallo? ¿La mujer a la que usted amenazó con matar si se negaba a ayudarle? ¿Acaso cree que soy tan estúpida como para espiarle mientras soy su socia forzada? Dante se acercó, obligándome a retroceder hasta que mi espalda tocó la pared fría. Su aliento era menta fresca, pero su presencia era fuego puro. — No te estoy preguntando si fuiste tú, te estoy diciendo que solo tú podrías haber sido. Fuiste la única persona que tocó mi reloj anoche, y la única persona sin lealtad a este negocio. — Lucas estuvo en la habitación, Eleanor también. ¿Por qué yo? — Lo desafié, aunque la mentira se sentía como arena en mi garganta. — Porque eres Amalia Barnes, y eres lo suficientemente audaz y estúpida para pensar que puedes jugar con tu vida. Dante me agarró por el brazo, su agarre era firme pero no doloroso, un control absoluto. Me arrastró fuera de la oficina, por el pasillo. — Si quieres saber lo que pasa con los espías, Amalia, vas a verlo de primera mano. Vamos a dar un paseo. Marcus nos siguió, con una pequeña bolsa de lona. Entramos en el Bentley negro, el ambiente era sofocante. — ¿A dónde vamos? — Pregunté, intentando mantener la calma. — Al muelle B. Donde las ratas traidoras han intentado arruinar mi negocio. El viaje fue silencioso, mi mente estaba en el disco de memoria, en el archivo "Proyecto Fuego Rojo." Si me mataba, el mundo nunca sabría que él era el culpable. Tenía que mantenerme viva. Llegamos al muelle, olía a sal, petróleo y pescado muerto. Allí, bajo un almacén gris, estaba un hombre atado a una silla. Era al parecer un antiguo trabajador de Dante. Estaba golpeado, temblando, pero vivo. Dante me obligó a pararme justo frente a él. — Este es Leo, Amalia. El traidor, el hombre que, por dinero, traicionó mi confianza y dió luz verde a otros traidores para acabar con mi negocio. — Dijo Dante, su voz resonando con frialdad. — Él es un espía. — ¿Y qué tiene que ver esto conmigo? — Pregunté. — Esto es una lección, Amalia. El espionaje tiene un precio, y tú, como mi socia, debes entender cómo se maneja. Marcus. Marcus abrió la bolsa de lona, dentro, no había un arma, sino un juego de pinzas y un pequeño soplete. Lo que sucedió después fue un horror controlado. Dante no se movió, se quedó quieto, observando, mientras Marcus ejecutaba la orden con precisión metódica. No fue rápido, fue lento, doloroso, diseñado para inspirar terror. Leo gritó, suplicó, pero el sonido se perdió en el eco del almacén. Yo me obligué a no mirar a Leo, sino a Dante. Observé su rostro, no había placer sádico, solo una concentración fría, como un cirujano extirpando un tumor. Él no disfrutaba la violencia, la veía como una herramienta necesaria. — ¿Te diste cuenta, Amalia? — Preguntó Dante, sin quitarle los ojos a la escena. — ¿De qué? ¿De que usted es un monstruo que disfruta la tortura? — Dije, sintiendo que mi estómago se revolvía, pero mi voz era firme. — De que la traición no es un juego de niños. Y de que la única forma de garantizar la lealtad es infundir un miedo más grande que la ambición. El espionaje termina con el espía muerto o mutilado, tú elegiste el espionaje anoche. Dante se volteó, mirándome con una intensidad calculadora. — Por ahora, Amalia, he decidido que tu utilidad es mayor que tu traición, pero si vuelves a husmear en mi Búnker, si vuelves a poner un pie donde no te he invitado, no te torturaré. Te mataré y arrojaré tu cuerpo al mismo sitio donde irá Leo, entendiste la lección. Me temblaban las manos, pero mi rostro permaneció inexpresivo. Él había expuesto mi vida al horror, pero había confirmado mi propia hipótesis, él era un asesino sin piedad que no merecía vivir. — Entendido, Dante — Dije, usando la misma voz fría que usaba para firmar contratos. Dante me dio la espalda y se dirigió a Marcus. — Limpia el desorden. Y encuentra al hombre que le dio el reloj a Amalia, el espía no era ella, era el tonto que le dio el acceso. ¿Qué? Me quedé congelada. Dante creía que alguien más me había dado el reloj. Él no sospechaba que yo fuera tan audaz como para robarlo yo misma. Creyó que alguien de su círculo me había traicionado. La revelación fue un golpe de suerte que me dio un respiro. Mi plan estaba intacto. En el viaje de regreso, Dante me dejó en el restaurante, con la orden de prepararme para una reunión legal esa tarde. Al cerrar la puerta del coche, lo miré por última vez. Él no me había matado, pero me había dado el motivo final. La venganza ya no era solo por mi padre, era por Leo. Era por todos los que caían bajo su bota cruel. Yo tenía el disco de memoria, y ahora solo necesitaba una oportunidad.






