El hospital tenía un olor que los envolvía a cada paso, una mezcla de antiséptico, metal y tristeza acumulada. El eco de los pasos se perdía en los pasillos largos, donde las luces blancas parecían nunca apagarse. Massimo caminaba junto a Alba, un poco más atrás, observándola con el corazón encogido.
Quería acercársele, quería abrazarla y preguntarle qué pasaba, pero no era capaz de decirle nada, sobre todo porque le había conseguido que le permitiera estar ahí, solo por su desesperación y preocupación. Massimo respiró hondo mientras la miraba desde su distancia, un par de pasos más atrás.
Ella avanzaba con paso firme, aunque cada tanto se detenía, como si le faltara el aire. Él no recordaba nada de ese lugar, ni de esas paredes, ni de la rutina que seguramente había formado parte de su vida los últimos meses. Sin embargo, esa sensación de incertidumbre lo invadía como cada vez que no era capaz de reconocer nada, salvo una certeza dolorosa: que la mujer a la que amaba estaba sufriendo