El maquillaje ardía un poco bajo las luces del set, pero Alba apenas lo notaba. Estaba sentada frente a su reflejo, con los labios pintados de un rojo que no coincidía con su estado de ánimo. Sonrió por compromiso al ver pasar a Ernesto, quien le guiñó un ojo desde el otro extremo del estudio. Ella le devolvió el gesto, pero el nudo en su pecho no había aflojado desde esa mañana.
Las palabras de Massimo, sus promesas tan frágiles, seguían dándole vueltas en la cabeza. Tanto como el hecho de que sabía que las cosas estaban llegando a un punto difícil de definir, tanto para él como para ella misma.
“No voy a volver con Lía.”
“Terminaré lo que tengo que terminar.”
“No quiero perderte.”
Eso había dicho antes de ayer, sin embargo, todo había cambiado. Había faltado a cada una de sus promesas. No con un acto puntual, sino con cada duda, cada silencio, cada mentira a medias.
—¿Lista para arrastrarme por el suelo como si te hubiera roto el corazón? —bromeó Ernesto, asomando la cabeza en el ca