Massimo pensaba que estaría preparado. Que había pasado suficiente tiempo como para no dejarse arrastrar otra vez por las emociones cuando se trataba de Alba. Pero no. Bastó ver esa maldita imagen de Ernesto Brunnini acercándose a ella en el set, sonriéndole como si la conociera de toda la vida, como si tuviera derecho, como si ella le perteneciera, para que su pecho se incendiara.
Estaba sofocado. Las llamadas de Lía no ayudaban. Tampoco los mensajes de su representante, que le recordaban una y otra vez que tenía entrevistas por confirmar, propuestas sobre la mesa y toda una agenda desorganizada desde que, con cero aviso, decidió viajar y meterse en la producción donde Alba estaba brillando. Donde ella respiraba.
Y lo peor… es que lo había hecho únicamente para joderle la vida, o al menos eso se decía. No podía permitir que esa mujer se saliera con la suya, no después de todo. Pero verla tranquila, segura, bella y tan decidida a seguir adelante como si él jamás hubiera existido, lo s