De nuevo debía volver al “Fire”, soportar las miradas de las personas a mi alrededor y aceptar las críticas de los periódicos. Estaba cansado de colgar y evitar cientos de llamadas para hablar conmigo de la ausencia de Amanda Castillo la noche anterior. ¡Me había dejado embarcado!
Volví al “Fire”, me ubiqué de nuevo en la última mesa y los flashes de las cámaras se podían apreciar como diminutas luces desde lo lejos a través del vidrio que nos separaba.
Respiré hondo y una mujer alta, elegante, de cabello corto y ojos castaños se acercó despacio hasta mi mesa; escoltada por uno de los empleados del “Fire”.
Me puse de pie al verla y fue inevitable no admirar su belleza, pero en realidad mi enojo iba mucho más allá de su cara bonita.
―Buenas noches, Srta. Amanda―dije sin sonreír.
―Buenas noches―dijo sonriendo nerviosa―. No puedo creer que…
―Ahórrate la emoción, por favor. Siéntate. Los periodistas nos están observando―añadí sin ningún tipo de filtro y la mirada que tenía feliz se opacó al igual que su sonrisa.
Sé que debía ser la mejor persona del mundo en ese momento, pero simplemente no me daba la gana de aparentar con una completa desconocida.
―Lo lamento… ayer―dijo ella con evidente nerviosismo.
―No quiero excusas. Vamos a cenar, por favor. Para eso estamos aquí.
―Si quiere me retiro―dijo colocando sus manos en los bordes de la silla.
―¿Qué has dicho? Claro que no te puedes ir… ¡No! ―dije enojado―… Ayer no apareciste ¿y ahora quieres retirarte? Ten un poco de respeto, acabas de llegar.
―Pensé que eras diferente…―añadió bajando su mirada.
―Lamento decepcionarla… Srta. Castillo y por favor, siéntese mejor, un poco más a la derecha, para que la prensa vea que estamos conversando… y sonría.
―¿Quiere que aparente? ―dijo está vez mirándome a los ojos, sin ningún titubeo.
―Ambos debemos hacerlo. ¿Acaso crees que quiero estar aquí contigo? Ayer no te presentaste y…
Me interrumpió.
―Sr. Fabián. Lo admiro y respeto su trabajo, pero no voy a tolerar que me maltrate y mucho menos por no haber podido llegar ayer a esta estúpida cena. No sabe nada de mi vida ni qué me pasó.
―Ni quiero saberlo, Srta. Amanda… Ahórrese sus excusas y deje de hacerse la víctima.
―¡Es usted un…!―Se puso de pie y me levanté también.
―Está bien… me comportaré. ¡Siéntese! ―dije bajando la guardia y cambiando un poco mi actitud.
―No quiero…
―Por favor―murmuré y observé al fondo a los periodistas.
Se sentó y le agradecí con un pequeño gesto.
―Primero estaba muy emocionada por conocerte, después me sentí fatal por no presentarme y hoy que vengo a dar la cara me tratas así. Jamás pensé que Fabián Mistic no tuviera corazón.
―No estás aquí para juzgarme ni eres quien para hacerlo. Soy como soy. Ahora solo te pido que disfrutemos la noche.
―¡Por favor!… ¿disfrutar? Solo quiero irme, está muy claro que es algo que estás haciendo en contra de tu voluntad, me lo acabas de decir.
―Quédate unos minutos más y esta tortura acabará pronto para ambos.
―Sí, es una verdadera tortura…
Amanda permaneció en silencio, no hablaba y yo tampoco. Quizás me había excedido, pero era inevitable ser así. En ese momento solo me importaba que la prensa por primera vez en mucho tiempo publicara algo bueno de mí. Aunque en realidad me daba igual. Desde que no lograba escribir ni una sola frase nada me importaba.
No me importa el contrato con la editorial…
No me importa no tener el libro…
No me importa ser quien soy, delante de Amanda ni de nadie…
El mesero trajo la comida, comimos igual en silencio y al finalizar, dijo:
―¿Ya acabó el castigo, Sr. Mistic? ―preguntó, observando el reloj en su muñeca izquierda.
―Ya casi―dije bebiendo un poco de vino y deseando que el tiempo avanzara rápido.
―¿Por qué eres tan arrogante y escribes maravillosos libros de romance?
―Es una larga historia…
―¿No hay una versión corta? ―insistió.
―No… Solo escribo lo que me nace escribir.
―Entiendo―Observó de nuevo el reloj―. Creo que ahora sí puedo retirarme.
―Está bien. Gracias por quedarse―dije tragándome mi orgullo.
―Gracias por la cena, aunque no puedo decir lo mismo de su compañía.
―Opino exactamente lo mismo…―añadió y extendí mi mano, pero la rechazó.
―Y, por cierto, desde ahora tiene una lectora menos―dijo con sus ojos cristalizados.
Me acerqué para abrazarla, debía hacerlo y que pareciera lo más natural posible para las fotos de la prensa.
―¿Cree que eso me importa? ―Susurré en su oído.
Me observó enojada a solo tres centímetros de mi rostro.
―Sé que no le importa… pero…
―Pero nada… ya acabó, puede volver a su vida y yo seguir en la mía.
Amanda se retiró apresurada y muy enojada…
―¿Qué le hiciste? ―preguntó Angie acercándose a la mesa.
Había estado observando todo.
―¿A qué te refieres?
―Amanda se fue llorando.
―¿Acaso debe importarme?
―¡Fabián !
―¡¿Qué?! ―Me acerqué a Angie desafiándola―. No me interesa. Sabes que no quería estar aquí.
―Prometiste portarte bien con ella.
―Ayer no se presentó.
―Su madre está en el hospital y le avisaron cuando estaba llegando aquí. ¿Eso no te parece una buena razón?
―Ella no mencionó nada de eso―dije un poco avergonzado, pero manteniendo mi posición.
―Seguramente fuiste un verdadero patán.
―¡Ya, Angie! ¡Basta!
―¡No! ¡Basta tú!… Ahora tendrás que disculparte con ella.
―Claro que no…
De nuevo Angie me señalaba, me criticaba, me decía que debía y que no debía hacer, pero como siempre: nada me importaba.
Me retiré del restaurante y más de veinte periodistas me detuvieron a la salida. Las luces de sus cámaras me aturdían y sus preguntas retumbaban en mi cabeza; hasta que una joven periodista hizo la pregunta que acabó con mi paciencia: ¿Qué sabe de su ex esposa, Elisa? ¿Sigue con el otro hombre?
Sentí que la sangre me subía de los pies a la cabeza, que mi rostro se tornaba rojo intenso y mi cabeza palpitaba… y sin pensarlo, tomé su micrófono y lo lancé con mucha fuerza al suelo. Todos los periodistas vieron lo sucedido. Todo había quedado grabado.
Llegó Matt y me ayudó a salir de la multitud. Entramos a su auto.
―¿Estás bien? ―dijo Matt.
―¡No! ¡No lo estoy! ¡Maldita sea! ―golpeé con fuerza la puerta del auto.
―¡Cálmate!
―¿Cómo quieres que me calme?
―Necesitas ayuda…
―No necesito la ayuda de nadie.
―Han pasado dos años y no puedes ni siquiera escuchar su nombre.
―No puedo evitarlo―dije cerrando los puños con mucha fuerza.
―Necesitas parar, te estás haciendo daño. Estás arruinando tu carrera.
―No soy el mismo de antes.
―Puedes ser mejor, pero comportándote así solo vas a conseguir que al final nadie te quiera leer ni nada. Nadie va a querer estar contigo.
―Ahora no quiero pensar en eso, Matt. Llévame a mi auto, por favor―Le supliqué mientras los periodistas estaban alrededor del auto.
Los periodistas se apartaron, Matt me acercó a mi auto que estaba estacionado detrás del “Fire”; y volví a casa a mi encierro.
Cada vez el hueco en el cual me había metido desde que Elisa me abandonó se hacía más hondo, más profundo, más lodoso. Era un laberinto sin salida; y aunque la viera, era imposible llegar a ella. Ese letrero de “salida”, de mi salvación, parecía ser realmente imposible de alcanzar.
Me acerqué a la vitrina de mis bebidas alcohólicas y casi todas estaban vacías. En dos años había acabado con una colección de más de ochenta botellas. Las observé preocupado. No me había dado cuenta de cuánto había bebido. Serví lo que quedaba en el fondo de una botella de Whisky, bebí como si se tratara de agua pura y me arrodillé en el piso a llorar. En dos años había llorado solo una vez. Ahora la rabia, el dolor, aceptar lo que estaba pasándome me tenía doblegado en el piso.
Lloré hasta quedarme sin lágrimas y me puse de pie. Lancé la botella y el vaso contra la pared y decidí que era momento de parar. En realidad, me veía patético llorando o sufriendo por algo que debía ser parte de mi ayer y que aún estaba arrastrando a mi presente.
No podía seguir así.
Me estaba haciendo daño…
Elisa no se merecía mis pensamientos, mi tristeza…
Había caído muy bajo por ella y ahora quería volver a vivir… pero ¿cómo podía volver a ser el mismo de siempre?
Caminé al baño, me lavé la cara y pensé en Amanda, en lo duro e indiferente que haba sido con ella. Por primera vez en dos años estaba dándome cuenta de lo mal que estaba actuando.
«¿En qué te has convertido, Fabián Mistic?»