Cuando conocí a Diego, él aún no era el Alfa de la Manada Bosque.

Tampoco sabía que yo era la hija menor de la familia Lorde.

Mis hermanos eran los Alfa de tres manadas distintas, y mi padre… el gran Rey Alfa.

Así que, cuando supieron que me había enamorado de Diego —un hombre sin nombre y sin manada—, las miradas se ensombrecieron y más de uno frunció el ceño.

Me querían demasiado como para alzar la voz en mi contra. Y, aunque nunca lo admitieran, incluso en secreto movieron cielo y tierra para ayudarme a levantar la manada de Diego.

Y yo… yo lo di todo por construir la Manada Bosque con él.

Invertí hasta el último centavo de mis ahorros.

Jamás imaginé que mi entrega, mi sacrificio, no serían recompensados con una boda.

Ni con su fidelidad.

Al otro lado del celular, mamá suspiró:

—Fiona, aún nos tienes a nosotros. Si no eres feliz en la Manada Bosque, vuelve a casa.

Miré la foto sobre la mesa: Diego y yo, sonriendo como si el mundo nos perteneciera.

Tragué en seco.

—Dame dos semanas más.

En dos semanas sería el día que Diego y yo habíamos marcado para nuestro rito de marca.

Si lograba llegar a ese día, al menos habría cumplido con nuestra promesa.

Diego, que me había dicho que trabajaría hasta tarde, no volvió a casa.

Salí del baño y al desbloquear el celular, me apareció la última publicación de Julia en Instagram:

"De día, un Alfa fuerte ante los demás; de noche, esperando en fila por mi sopa de champiñones favorita. Me conoce desde siempre. Qué bonito es ser querida así."

La foto mostraba un tazón humeante de sopa.

En una esquina de la imagen, una mano masculina sostenía la cuchara…

Con un reloj en la muñeca.

Un reloj idéntico al que yo llevaba puesto.

Un par de relojes que compramos juntos, Diego y yo, cuando por fin formamos la Manada Bosque.

Estaba tan emocionado esa noche que no pudo dormir.

Apenas amaneció, me arrastró a la tienda y compró los relojes que yo llevaba semanas mirando.

Quise decirle que eran muy caros, que no hacía falta…

Pero él me los puso con firmeza en la muñeca y me abrazó con fuerza:

—Fiona, eres mi única pareja. Mi futura Luna. Mereces lo mejor.

Ese reloj era nuestro símbolo.

Desde entonces, Diego solo se lo quitaba para dormir o bañarse.

Y ahora, lo llevaba otra mujer.

Respiré hondo.

Me quité el reloj y lo guardé en el cajón sin decir una palabra.

Diego no regresó esa noche.

A la mañana siguiente, fui al lugar de la ceremonia.

Lo había reservado con seis meses de anticipación para nuestro rito de marca.

Pero ahora solo iba a cancelarlo.

En el lugar, me crucé con Daniela, la pareja de uno de los guerreros de Diego. También era nuestra vecina.

Al verme, se emocionó. Me tomó de la mano y no paraba de felicitarme:

—¡Fiona! Acabo de ver que la florería entregó todo un maletero lleno de rosas color champán para el Alfa Diego. ¡Y ahora me topo contigo aquí! ¡Van a hacer la ceremonia de marca, ¿verdad?!

Me quedé congelada.

Recordé aquella fiesta, cuando Diego y yo apenas comenzábamos.

Él estaba borracho, y fui a buscarlo.

Allí escuché a sus amigos hablar de Julia.

—Diego creció con una amiga, Julia. Antes de conocer a Fiona, estuvo enamorado de ella.

—Le llevó un ramo enorme con sus flores favoritas… rosas color champán. Se le declaró, pero ella lo rechazó.

—Todos sabíamos que en ese momento, Julia lo consideraba poca cosa. Un don nadie.

—Pero ahora se arrepiente —dijo alguien más—. Se arrepiente de no haber aceptado esas rosas.

Las mismas rosas que vi hace un momento.

Mis uñas se clavaron en la palma sin que me diera cuenta.

—¡Felicidades, Luna Fiona! —me dijo Daniela con una sonrisa radiante—. ¡Seis años después y por fin tendrás tu final feliz con el Alfa Diego! Mi pareja y yo les deseamos una vida llena de amor.

Apreté los labios y le sonreí con suavidad:

—Gracias. Prometo que seré feliz.

Solo que esa felicidad…

Ya no tendrá nada que ver con Diego.