No esperaba ver a papá y a mis tres hermanos apenas regresé.
Habían dejado sus asuntos pendientes, y en cuanto me vieron de lejos, corrieron hacia mí, tomaron mi maleta y me rodearon para llevarme a casa.
—¿Por qué estás más delgada? —preguntó mi hermano mayor, frunciendo el ceño con suavidad mientras me abrazaba.
—Y traes pocas cosas —añadió el segundo, apretando la mandíbula mientras jalaba la maleta.
El tercero refunfuñó con descontento:
—Ese Diego es un miserable. Nosotros tres le dimos tantos recursos y ¿ni ropa ni comida te puede dar?
Solté una risa baja y les expliqué:
—Dejé muchas cosas allá… cosas que ya no importan.
Tanto los objetos como las personas: cuando dejan de ser importantes, hay que soltarlos a tiempo.
Papá asintió y me acarició la cabeza con ternura:
—Lo único que importa es que volviste. Lo demás no vale nada.
Sentí los ojos arder. Apenas llegamos a la puerta, mamá salió corriendo y me envolvió en un abrazo fuerte:
—¡Mi niña! ¡Te extrañé tanto!
Durante seis años,