ARIA
Me dolía todo. Literalmente todo. Incluso partes de mi cuerpo que ni siquiera sabía que existian.
Como si me hubiera arrollado una manada de vacas… o mejor dicho, un Seik terco y muy entusiasta que decidió ignorar por completo el concepto de “descanso nocturno”.
Eran las cinco de la mañana y yo estaba completamente desnuda, anclada a su cuerpo como un koala. El sudor resbalaba por su piel, marcando cada fibra de sus músculos. Sus brazos, tensos y firmes, me sujetaban por debajo de los muslos manteniendo mis piernas abiertas para él. Me sostenía con facilidad, como si no pesara nada, mientras mis piernas lo apretaban con fuerza alrededor de la cintura, recibiendo cada embestida sin escape posible.
Hacía lo que quería con mi cuerpo. Me alzaba sin esfuerzo, me apretaba, me mordía… En sus brazos me sentía como una muñeca, pequeña e indefensa, aunque no era precisamente una mujer loba liviana.
Sus embestidas estaban siendo tan salvajes que arrancaban de mi garganta gritos ahogados. Su