Ecos de mentiras (1era. Parte)
Unos días después
New York
Galvin
Sabes… en medicina hay tres maneras de acabar con una enfermedad. Una es entrar a matar, cortar y quemar hasta que no quede nada, aunque el paciente quede hecho un despojo. Otra, ir poco a poco, debilitando al parásito hasta que se rinda por sí solo. Y la última… bueno, es la de los imbéciles: quedarse mirando cómo el mal se propaga mientras uno reza por un milagro.
En la vida pasa igual. Cuando algo —o alguien— nos perturba, no siempre conviene sacar la bandera de guerra y anunciar que vamos a destruirlo. Eso solo le da tiempo a prepararse, a defenderse. No. Lo inteligente es deslizarse como una serpiente: sin ruido, sin prisa, sin dar pistas… hasta que tu presa esté tan acorralada que ni siquiera sepa cuándo empezó a morir. Porque atacar de frente es para héroes, y ya sabemos cómo acaban los héroes: en tumbas baratas con discursos olvidados.
Lo cierto era que el maldito drogadicto de Mike había conseguido una lista con las amistades de Selena Johnso