Adrián despertó cuando el reloj de pared marcaba ya las doce.
En la mesita de noche había un vaso con agua tibia, que Adrián tomó de un solo trago. Con una mezcla de alegría y malestar, salió de la habitación decidido a encontrar a su esposa y hablar con ella.
Pero cuando, sudando frío, subió por la escalera de caracol hasta la azotea,
lo que vio fue a su esposa besándose apasionadamente con un hombre llamado Justin.
Un dolor punzante le atravesó el pecho.
Adrián apretó sus labios pálidos y corrió hacia Justin, agarrándole la camisa con furia, preguntando entre dientes,
—Bastardo, ¿qué estás haciendo con Susana?
Ya no podía engañarse a sí mismo pensando que Susana aún estaba siendo engañada por Justin.
—¿Quién te dio permiso para tocarla?
Justin sonrió con sorna,
—Oye, ¿de verdad tratas a Susana como a tu esposa?
Antes de que Justin terminara la frase, Adrián le soltó un puñetazo en la cara.
—Cálmate, eso no es propio de un caballero —esquivó Justin—. Adrián, fue por Susana que te dejé