—¡Diego, eres un desgraciado! —gritó Mariana, levantándose de la cama y, a pesar del dolor en su vientre, tomó una almohada y la arrojó hacia él.
Luego tomó un vaso de agua y también se lo lanzó.
—¿Qué estás diciendo? —replicó.
Diego, con reflejos rápidos, esquivó los objetos arrojados.
El vaso de c