En el convoy, Alonzo sacó su arma, revisándola por enésima vez. El rostro de Aurora invadía su mente como una condena y una promesa. Su corazón latía al ritmo de la furia y el miedo. No podía permitirse fallar.—Prepárense para lo peor —dijo en voz alta—. Ellos no van a tener piedad. Pero nosotros tampoco.Los hombres respondieron con un seco y rotundo “sí”. El ambiente dentro de los vehículos era denso, cargado de adrenalina, como el preludio de una batalla inevitable.Entonces, el celular volvió a sonar. Era el viejo aliado.—Tengo a diez hombres en camino. Estaremos ahí en veinte minutos. ¿Resistirán?—Tienen que —respondió Alonzo—. Si no… todo esto se acaba.La señal se perdió por un instante mientras el vehículo atravesaba un túnel bajo una colina, y luego volvió con fuerza, como si el destino estuviera marcando los segundos restantes de una tragedia en curso.La mansión de Dante comenzaba a oscurecerse por la falta de energía tras la explosión. Solo quedaban luces de emergencia,
Bianca cruzó el pasillo como pudo hasta las escaleras. Los disparos se intensificaban a cada paso que daba. Cuando bajó, los ojos de Alonzo se posaron en ella con sorpresa.—¿Bianca?—Dame un arma —dijo ella con voz ronca, firme.—Estás herida.—No importa. Voy a proteger a Aurora. Si alguien quiere tocarla, tendrá que matarme primero.Hubo un silencio tenso por un instante. La sangre goteaba de su frente, pero sus ojos brillaban con la misma furia que los de Alonzo. Él asintió lentamente, sin dejar de sonreír.—Eres más fuerte de lo que pareces —dijo, y le entregó una pistola cargada—. Toma. Dispara a matar.Bianca la sostuvo con ambas manos, probando el peso, y luego se posicionó junto a Aurora sin dudarlo.Alonzo sacó otra pistola y la puso en las manos de Aurora.—Ya sabes usarla. No dudes. Si entras en duda… pierdes.Aurora asintió. La mirada entre ellos fue corta, intensa. Un pacto silencioso se selló en ese instante.Las puertas del salón principal explotaron. Tres hombres del
Afuera, nuevos vehículos se acercaban. La ayuda finalmente había llegado. El viejo aliado de Dante y Alonzo, junto a diez veteranos armados hasta los dientes, descendió del convoy y comenzó a disparar hacia los que aún rodeaban la mansión.El tiroteo exterior se volvió brutal. Dos de los traidores intentaron huir por el bosque, pero fueron cazados sin piedad. Uno cayó entre los árboles, el otro murió a mitad del camino de grava.Desde dentro de la mansión, los disparos cesaban poco a poco.—¡Están huyendo! —gritó un guardia de Alonzo—. ¡Se están replegando!Alonzo no se permitió celebrar aún. Caminó entre los cuerpos, apuntando a cualquier enemigo que aún respirara. Dos de ellos, heridos, intentaron alzarse. Les disparó en la cabeza sin vacilar.—Aquí no hay lugar para traidores.Cuando todo finalmente se aquietó, el humo comenzaba a disiparse y los gritos se convertían en gemidos de heridos y susurros de los sobrevivientes. Aurora bajó el arma con lentitud. Su cuerpo temblaba, sus o
La luz era tenue, filtrándose apenas por una pequeña ventana con barrotes oxidados. El aire olía a humedad, sangre seca y traición. Dante estaba sentado en una vieja silla de madera, sus muñecas esposadas con fuerza al respaldo, los nudillos cubiertos de costras. La comisura de sus labios estaba partida y aún sangraba. Pese al dolor, su mirada seguía encendida con furia.La puerta chirrió lentamente y el eco de unos pasos lentos y calculados llenó el espacio. Vittorio Rossi entró con una calma escalofriante, lo había torturaeo por más de una hora y ahora venía por más.Su traje oscuro, corbata perfectamente anudada, el rostro limpio como si no estuviera en medio de una guerra. Se detuvo a pocos metros de Dante y lo observó en silencio durante unos segundos que parecieron eternos.—Nunca imaginé verte así, Dante —dijo al fin, con una sonrisa irónica en los labios—. Tan... reducido.Dante levantó el rostro. —Y yo nunca imaginé que te rebajarías a esto. ¿Dónde quedó el honor, Vittorio?
El estruendo de una puerta metálica al abrirse con violencia resonó por toda la bodega subterránea. Vittorio emergió apresurado del pasillo sombrío, sus pasos eran firmes, casi furiosos. Su rostro estaba surcado por la tensión, los pómulos marcados por la ira contenida. Se ajustó la chaqueta negra sobre los hombros con un movimiento brusco, como si el acto le devolviera el control de la situación. Había olor a humedad, pólvora y sudor.Uno de sus hombres lo esperaba en el umbral, con la frente llena de sudor. Antes de que pudiera hablar, Vittorio lo encaró con el ceño fruncido.—¿Quién te informó del ataque a la mansión de Dante? —escupió con rabia contenida.El hombre tragó saliva, intimidado, pero se mantuvo firme.—Señor... uno de los miembros del clan lo llamó directamente —respondió con cautela.Vittorio maldijo. Una vez. Dos. Tres.—¡Maldición! ¡Ahí está Aurora! ¡Aurora, idiotas! —rugió mientras avanzaba hacia las escaleras, el eco de su voz rebotando por las paredes de piedra.
El silencio dentro del calabozo era tan denso que cada gota que caía del techo retumbaba como un disparo. Fiorella estaba de pie frente a Dante, el cual seguía encadenado, cubierto de polvo y sangre seca, con el rostro endurecido y los ojos oscuros clavados en ella. El ambiente era espeso, impregnado de sudor, sangre y rencor. La luz amarilla temblorosa apenas iluminaba las piedras que rodeaban la celda.Dante ladeó la cabeza y sonrió con desdén.—¿Por qué no me matas tú, Fiorella? —dijo, con voz grave, provocadora. —Vamos… sé que lo has pensado. Sácame de mi miseria. Hazlo tú misma, si tienes el valor.Las palabras fueron un golpe directo al orgullo de Fiorella. Se le tensó la mandíbula. Un destello de rabia brilló en sus ojos. Sin pensarlo, giró hacia la pequeña mesa metálica que había en la entrada, donde reposaban algunos utensilios y herramientas oxidadas. Tomó un cuchillo largo, de filo curvo, y sin decir una palabra caminó hacia Dante con pasos firmes y decididos, como si el m
El sudor de su frente bajaba lentamente por su rostro, era como si el tiempo se hubiese detenido en ese mismo momento.Su cuerpo dolía como nunca, los golpes en sus costillas hacían que Dante se retorciera de dolor, aún así su mandíbula seguía tensa, y con la firme intención de salir de ahí con vida. Dante alzó su mirada, y vio una vez más el azul celeste de los ojos de sus amada cerrarse por última vez, la mujer de su vida, maldijo internamente, porque el día que se suponía que iba hacer el más feliz de sus vidas… se había convertido en un completo infierno.—¡Jamás pensé tener tanta suerte en esta vida!, y vaya que siempre he sido un hombre con mucha suerte!, ¿Acaso no lo crees primito? —exclamó Antonio tomando fuertemente la mandíbula de Dante, él tenía su mirada fija en Eva, quien yacía inerte a un lado de sus pies.Dante apretó un poco sus manos, la impotencia era evidente, solo quería soltarse y correr a los brazos de su amada, poder salvarla, poder estar ahí para ella.—Disfru
Aurora pegó un brinco, aún así hizo lo que aquel hombre mal herido le pedía, se inclinó aún más y ayudó al hombre a subir a su auto.—¿Qué esperas? ¡maldita sea!, ¡Arranca! —exclamó Dante.—Señor, no puedo conducir, al menos no hasta que detenga el sangrado o de lo contrario puede morir, en realidad no quiero cargar con un muerto en mi auto —exclamó Aurora mirando por el retrovisor.Los ojos de Dante rodaron, al mismo tiempo que maldecía por dentro, sabía que era cuestión de minutos para que Antonio llegará a ese lugar y cumpliera con su cometido, acabar con él, quitarle la vida sin pensarlo. —¡Está bien! Haga lo que se le dé la maldita gana, eso sí, si intenta hacer algo en mi contra no dudaré en meterle un tiro en la cabeza —vociferó Dante, se inclinó aún más en el asiento trasero del auto y abrió su camisa y así la mujer pudiera ayudarlo.Aurora respiró profundo, caminó hasta el baúl del auto y sacó su maletín, no creía que lo utilizaría, mucho menos en sus vacaciones, aún así cam