EPÍLOGO
El sol de primavera calienta suavemente el jardín, lleno de risas y voces alegres. Hoy celebramos el quinto cumpleaños de Irina, y mientras la observo correr con su vestido azul claro, siento cómo se me llena el corazón de gratitud. Cinco años han pasado ya, y en cada uno de ellos he aprendido que la vida, aunque impredecible, siempre encuentra la manera de sorprendernos con momentos de paz y felicidad.
Irina está creciendo rápido. Sus rizos dorados saltan al viento mientras juega con Jake y los demás niños. A su lado, Jake, que ya tiene doce años, sigue siendo el hermano mayor protector y cariñoso. Lo veo reír mientras trata de atraparla en un juego de persecución. Han formado un vínculo tan hermoso, a pesar de los retos del pasado.
—¿Cómo va todo? —me pregunta Ricardo, acercándose por detrás y envolviéndome con sus brazos. Su abrazo siempre tiene ese efecto tranquilizador en mí.
—Perfecto —respondo, sonriendo mientras observo a nuestros hijos—. No podría pedir más.
Él me besa