En el pasado Rashad Abdallah incumplió los acuerdos de su contrato matrimonial y se divorció de Sara dejándola en Arabia Saudí con el corazón roto e indefensa ante los mandatos de su familia. Doce años y muchas vivencias después ella va en su búsqueda, está en Londres, sola y desesperada, no confía en nadie, sin embargo, sabe que es su exesposo el único que puede ayudarla. Sara siente la misma atracción por Rashad que antes, pero tiene cicatrices que le recuerdan que ella no es la misma persona, que está marcada por un pasado que no desea compartir. Para ayudarla, Rashad le ofrece un segundo contrato matrimonial con clausulas difíciles de rechazar. ¿Podrá Rashid vencer las defensas de Sara? ¿Podrá Sara volver a confiar en el amor?
Leer másQue nadie le diga lo que tiene que hacer a
alguien que ya ha decidido cuál debe ser su destino
Proverbio árabe
Rashad Abdallah salió del restaurante donde acababa de tomar un almuerzo con su hermano el jeque. Cada vez que Khaliq estaba en Londres los tres hermanos se reunían con la excusa de comer para hablar de sus asuntos. En esa oportunidad había faltado Samir, su hermano pequeño, que era un reconocido médico oncólogo pediatra. No había podido salir del hospital donde trabajaba porque a última hora se le había presentado una emergencia con uno de sus pequeños pacientes.
Después de que Khaliq le contara las últimas noticias de sus amigos y familiares que aún vivían en Arabia Saudí, le preguntó cómo le estaba yendo. En ese momento, Rashad, se dio cuenta de que lo único de lo que podía hablarle era de lo bien que iba el hotel del cual era dueño. No había en su vida una esposa y una familia, ni una prometida, ni siquiera una novia. En los últimos años había tenido una serie de amantes a las que dejaba cuando comenzaban a ponerse exigentes y a pensar que su relación trascendería en una boda.
―Me alegra mucho que te vaya bien con tu hotel —le dijo Khaliq―, pero ¿No has conocido a ninguna mujer con la que pienses que puedas formar una familia? ¿No has pensado que ya te has divertido lo suficiente y que es hora de que pienses en casarte de nuevo?
―No, aún no encuentro a la mujer apropiada para mí ―respondió Rashad.
―Es difícil encontrarla entre las mujeres que frecuentas. ¿Por qué no vuelves a casa y buscamos una esposa para ti? M preocupa que los años pasan y cada día te veo más solo ―comentó el jeque.
―Estoy bien, hermano, no te preocupes. Me gusta mi vida así, libre y sin complicaciones.
Al terminar el almuerzo Rashad decidió que acompañaría a su hermano a su casa en la ciudad, quería saludar a su cuñada y ver a sus sobrinos. Salieron del restaurante bajo la atenta mirada de los guardaespaldas de su hermano. Los elegantes coches esperaban en la calle para llevarlos a su próximo destino. Khaliq ya se encontraba dentro del coche cuando se escuchó un alboroto, parte de los guardaespaldas que protegía al jeque lo rodeó. Alerta, y con la adrenalina corriendo por la sangre, Rashad miró a su alrededor para ver cuál era la amenaza a la seguridad de su hermano.
Unos metros más allá, una mujer con una abaya y un hiyab forcejeaba con los hombres que los protegían. Estaba en pánico, gritando que la soltaran. Sus miradas se encontraron y un destello de reconocimiento lo recorrió al mirar aquellos ojos color miel que reflejaban toda la angustia del mundo.
―Soltadla de inmediato ―gritó a los guardaespaldas.
Se acercó al grupo de hombre y miró a la mujer que estaba en el centro sin poder creerlo que veía.
―¿Sara? ―preguntó aún indeciso.
―Rashad, ayúdame, por favor ―pidió la angustiada mujer cubriendo su rostro con las manos.
El jeque se bajó del coche en el momento en que escuchó a su hermano gritar y ordenó a sus hombres retirarse para darles un poco de privacidad. Se trataba de un asunto familiar dijo al reconocer a Sara. Rashad observó como Sara se volvió un poco para evitar su mirada y se abrazó a sí misma como buscando consuelo. Su cuerpo temblaba por la conmoción de verse repelida por los guardaespaldas, nunca imaginó que actuarían de esa manera por tratar de acercarse a su exesposo. Rezó para no tener un ataque de pánico, no se lo podía permitir, no delante de Rashad. Suficiente desventaja tenía de por sí como para sumarle que él pensara que ella era débil o emocionalmente inestable.
Rashad la miró sin poder ocultar su sorpresa, aunque estaba seguro de que era Sara, su exesposa, no pudo dejar de pensar en lo diferente que lucía de la mujer de sus recuerdos. Esta Sara estaba desaliñada, pálida y ojerosa, se veía como si la vida la hubiese golpeado tanto que apenas pudiese mantenerse en pie.
Sin poder evitarlo su mente volvió a la última vez que la había visto; estaba en su casa en Riad[1], recogiendo las cosas para marcharse, cuando Sara entró a su habitación.
―¿Es definitivo?, ¿te vas? ―inquirió mirándolo con rabia.
Rashad giró para mirar a su esposa, Sara era muy joven, solo tenía diecinueve años, por lo que sus facciones todavía eran un poco aniñadas. Era alta para ser una chica árabe, y eso le gustaba porque no tenía que bajar mucho su cabeza para tomar esos labios voluptuosos en un beso. Sus largos cabellos negros le caían hasta la estrecha cintura, su piel tenía la perfección y el brillo de la juventud. Sus ojos de color miel eran grandes y bonitos, sus cejas arqueadas y largas pestañas le daban un toque de muñeca. Su rostro era ovalado, acompañado de una pequeña nariz respingona y un mentón redondeado. Su mirada bajó a sus senos, eran voluptuosos y del tamaño justo de sus manos. Irritado, se dio cuenta de que comenzaba a excitarse como siempre le ocurría al verla.
Sus ojos volvieron a su rostro, tenía que enfocarse en su objetivo que era marcharse de allí
―Sí, Sara, estoy harto de este matrimonio, quiero ser libre y disfrutar de la vida, sabes que no quería casarme tan joven, si lo hice fue por el contrato que mi padre firmó con tu tío. Ahora que mi papá murió, mi hermano Khaliq, el nuevo jeque, me dio la autorización para divorciarme de ti. Tu tío como jefe de familia ya lo sabe y se lo comunicó a tu padre, y como ni siquiera has sido capaz de dame un hijo no les quedó otra opción más que aceptar mi decisión.
Su mirada la esquivó, le daba un poco de vergüenza dejarla para irse de fiesta, pero casarse con ella no fue su elección, por lo que sin importarle nada más continuó recogiendo sus cosas.
―¿Acaso me dejas por no haberte dado un hijo? ―preguntó con voz rota.
―No, te dejo porque no quiero ser un hombre casado y tú lo sabes. Si tuviéramos hijos quizás me lo pensaría, pero si nuestra unión no ha sido bendecida con niños es preferible que nos separemos.
―Nunca pensé que me dejarías por no haberte dado un hijo…
―No entiendo por qué te sorprendes de mí decisión, sabes bien que nuestro matrimonio es un desastre, yo no te amo y tú me odias. Solo nos entendemos en la cama, el resto del tiempo vivimos como perros y gatos, en una pelea constante.
―Márchate entonces, Rashad, no quiero a mi lado a un hombre sin honor…
―¡No te atrevas a cuestionar mi honor, Sara! Me voy porque prefiero ser un hombre libre que estar casado con una mujer como tú.
―¿Ahora la culpa de tu falta de hombría es mía?
―No me falta hombría, a ti te falta aceptar tu lugar como mujer, crees que puedes controlar mi vida, eres caprichosa y de paso estéril.
Sara se echó para atrás como si la hubiera golpeado.
―¡Te odio, Rashad! ―gritó con rabia ―lárgate como lo que eres, un miserable cobarde, espero no tener que verte más nunca en lo que me queda de vida ―terminó su oración con voz rota antes de girarse y salir de la habitación.
Rashad regresó al presente cuando Khaliq le tocó en el brazo para señalarle que la prensa tomaba fotos, no podían acercarse porque los guardaespaldas del jeque los contenían. Observó a Sara, que procuraba esconderse de la prensa usando sus manos para tapar su rostro. Quería decirle que cuanto más se ocultara más interés despertaría en los reporteros, pero pensó que no era el momento de ponerla más nerviosa.
Doce años habían transcurridos desde la última vez que la vio, por ello, no podía dejar de mirarla tratando de encontrar a la joven que conoció. Esa mujer que lo miraba con miedo era una desconocida para él. Estaba envejecida a pesar de solo tener treinta y un años. Tenía profundas ojeras púrpuras, líneas de expresión marcadas alrededor de los ojos y frente, y estaba tan delgada que los huesos de la cara se marcaban dándole un aspecto cadavérico. ¿Qué demonios le había pasado a Sara para que luciera de esa manera? No podía imaginarlo, pero si de algo estaba seguro era de que lo averiguaría.
[1] Capital de Arabia Saudí.
Y al fin pudo desenvolver su regalo de Navidad.Salím y Zendaya llegaron a la casa que desde ese día compartirían como marido y mujer. Fue un poco difícil atravesar el umbral con ella en brazos, lo voluminoso del vestido de novia, más el abrigo, tenía a un pobre Salím sudando, mientras Zendaya se reía de ver el aprieto de su esposo. Ante su risa, él la cargó sobre su hombro como si fuera un saco de patatas. Zendaya gritó y Salím le dio una nalgada para que callara y no despertara a los vecinos. Abrió la puerta y los perros salieron corriendo.―Curly, Larry, Moe, ¡adentro! ―dijo Salím con voz enérgica.Los perros se detuvieron, con el rabo entre las patas, y entraron a la casa. Cerró la puerta.―¡Vaya!, señor esposo, cada día me sorprende más.―Soy un macho alfa, lomo plateado, pelo en pecho…―Creo que la comida del banquete decidió que quiere salir a pasear ―dijo Zendaya.Salím la bajó de inmediato.―Por favor, no vomites ―pidió Salím.Ella rio.―Era broma ―confirmó, además de su sonri
Una boda de Las mil y una noches.Y llegó el momento más esperado, el día de la boda de Salim y Zendaya, era víspera de Navidad, y como siempre ocurría en esas fechas el clima era nublado y gris, sin embargo, para Zendaya era el mejor día de todo el año. Su boda sería una boda invernal, pero no le importó, aunque le bastaron un par de semanas para darse cuenta de que se enamoró de su prometido, tuvo un año para conocerlo. Le gustaba la forma de ser de Salím, era un hombre bueno y cariñoso que creía en la familia, amaba a los animales y se desvivía por hacerla feliz. La boda se celebraría en una mezquita de Londres y, a petición de su papá, se celebrarían dos banquetes, como si el matrimonio se estuviese celebrando en Arabia Saudí, porque él quería invitar a familiares y amigos que eran arraigados en sus tradiciones. Salím y ella lo hablaron y decidieron complacer a Zayed con la gran boda árabe que él deseaba para su hija mayor. Zendaya decía que, si no fuera por la libertad que le di
¿Quién dice que el Karma no existe?Al día siguiente Salim esperaba en el tribunal la llegada de Tamara con Andrew, a su lado Zendaya le acariciaba la mano para calmarlo. Desde el día anterior había estado muy nervioso por ver al niño, porque hasta ese momento no había visto ni siquiera una foto del pequeño. Se preguntaba si al verlo sabría de inmediato si era o no su hijo. Aunque toda la familia Abdallah estaba pendiente del juicio, Salím les había pedido que lo dejaran manejar solo todo el asunto, si el bebé era suyo lo conocería lo antes posible, pero no quería que se entusiasmaran con el niño, no confiaba en Tamara y hasta no estar seguro no se permitiría encariñarse con Andrew. Pensó en su madre, Tahiya estaba que se mordía las uñas pensando en que tenía un nieto y no podía dejar de soñar con él.Unos pasos apresurados se escucharon al final del pasillo, levantó la vista y se encontró con Tamara que venía acompañada de su abogado y detrás de ellos una joven chica traía cargado a
Siempre serás túSalim se presentó a la primera audiencia del juicio de familia en su contra acompañado por uno de los abogados de la familia Abdallah y de la mano de Zendaya. Se encontraron con Tamara y su abogado afuera de la sala. Por sugerencia del letrado se mantuvieron alejados de ellos para no generar alguna controversia que pudiera ser presentada por el abogado de Tamara como intimidación. La mujer los miró con desprecio, pero al ver la sortija de compromiso de Zendaya apretó los dientes de rabia. «¡Maldita sea! Ella logró lo que yo quería para mí, pero Salim no se irá sin haber pagado» se dijo a sí misma.Una vez comenzada la audiencia, el abogado de Tamara le presentó al juez una prueba de paternidad donde constaba que Salim Abdallah era el padre de su hijo Andrew Ferguson y le exigió que este le diera su apellido y le asignara una pensión alimenticia bastante alta con retroactividad desde la fecha de su nacimiento. ―Con todo respeto, señor juez, mi cliente desconocía la ex
Una venganza muy bien planeada. Un pandemónium se formó en el lugar, arruinando lo que debió ser un evento feliz, los periodistas aprovecharon para filmar y tomar fotos de tan escandaloso momento. Le gritaban preguntas a Salím y a Zendaya, él estaba pálido de la sorpresa, ignorando a los reporteros buscó con la mirada a la culpable del último escándalo de los Abdallah y la vio llegando al coche de su hermano. Un momento antes de subir lo miró, una sonrisa maliciosa se asomó a su rostro, después a modo de burla de lanzó un beso y se montó al vehículo que su hermano ya tenía encendido para marcharse con rapidez. «Maldita mujer. ¿Por qué aparecía en ese momento?» Giró la cabeza y vio a una Zendaya pálida, aunque mantuvo la compostura. ―Señores de la prensa, les pido un poco del silencio para continuar con la inauguración que es el motivo por el cual están aquí. Una vez concluido el acto podrán hablar con el señor Abdallah si es el deseo de este. Un silencio incómodo se apoderó del luga
Un problema llamado Tamara. Después de muchas modificaciones a la casa principal y a los establos, el refugio de Zendaya para animales domésticos estaba listo. En la planta principal de la casa se ubicó la oficina administrativa del refugio, dos consultorios veterinarios, una sala para la hospitalización de los animales en caso de ser requeridos y un quirófano. También se instaló un pequeño apartamento para la pareja que se encargaría de limpieza de la casa y jardines y la comida de los trabajadores que vivirían en la propiedad como de los animales. En el segundo piso se instaló un amplio apartamento para el veterinario que se ocuparía de atender el refugio a tiempo completo porque, aunque Zendaya estaría allí todos los días, necesitaba un segundo al mando que la ayudaría con la atención médica y se ocuparía del refugio cuando ella no estuviese. La joven contó con la suerte de encontrar a unos compañeros de la universidad que se había casado y que compartían su amor por los animales
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