70. Lana
UNA HORA ANTES:
Eryx se detuvo en seco.
Había salido para asegurarse de que los límites estuvieran protegidos. Necesitaba distracción de sus pensamientos que cada vez se volvían más repetitivos pero su cuerpo lo traicionó. Su olfato, su instinto, todo en él giró con brutalidad hacia una sola dirección.
No porque oliera peligro.
Sino porque ella estaba allí.
Eryx no solía pasear por la habitación de los cachorros de las concubinas, de hecho, se mantenía todo lo alejado que podía de los cachorros en general.
No le gustaban los chillidos, ni el olor a leche, ni las miradas emocionadas de las hembras que cargaban cachorros como si el mundo se curara con caricias.
Quizás tenía resentimientos que no tenían nada que ver con los cachorros y más con lo que él no había disfrutado en su infancia pero que no se atrevía a decir en voz alta.
Fuera lo que fuera en este momento, en esa mañana su lobo lo llevó allí.
Capturando aquel aroma a lirios que lo hacía adicto.
No tenía que verla aún.