La Marca roja en el cuello de Lía estalló en un dolor insoportable, como si el fuego que la había forjado se hubiera convertido en hielo ácido, cayó de rodillas, con las manos aferrándose al cuello en un intento fútil de detener la agonía, sintió cómo el lazo, ese hilo divino que debía unirlos para siempre, se desgarraba y se rompía en su interior, dejando una herida abierta y sangrante en su alma.
Ella gritó, no un grito de dolor físico, sino un lamento profundo y visceral, la voz de su loba interna, destrozada, traicionada.
El Alfa Aiden se quedó inmóvil, observándola, vio a Lía desmoronarse, y su expresión no se suavizó, se sintió triunfante, como si acabara de ganar una batalla en la que nadie más creía que había una amenaza.
"Que quede claro para todos," espetó Aiden, su voz cortando el aire como un látigo. "Esta loba es libre de ir a donde le plazca, pero no es, ni será, la Luna de Colmillo de Acero, si vuelve a acercarse a mi territorio, será considerada una renegada."
Se giró sobre sus talones, sin una mirada atrás, sin una pizca de remordimiento, y caminó de vuelta a las sombras del bosque, sus guerreros, avergonzados, le siguieron en un silencio sombrío.
Lía quedó allí, arrodillada, temblando, la energía de la Marca Rota dejando un sabor a metal en su boca.
El clamor de la multitud era un zumbido distante, lleno de susurros de lástima y horror, Maya y Caleb corrieron hacia ella, ayudándola a levantarse.
"Lía, mi Diosa..." murmuró Maya, con lágrimas en los ojos. "Vamos, Tienes que irte."
Lía se sentía como un cascarón vacío, el dolor era tan inmenso que su mente se había desconectado de su cuerpo, lo único que le quedaba era una cosa: la humillación.
Se puso de pie, usando a Maya como apoyo, se obligó a mirar al frente, a través de la multitud que se apartaba con lástima.
No quedaba nada para ella en la Manada Luna Roja, el rechazo del Alfa Aiden era una sentencia de muerte social, era una vergüenza que nunca podría borrar.
"No puedo quedarme aquí," logró decir con voz rasposa, la voz de alguien que acaba de quemarse viva.
Maya asintió con fervor "Lo sé, vamos al refugio del río, pasaremos la noche allí y pensaremos en un plan, nadie puede verte así."
Pero Lía no quería un plan, solo quería huir, correr hasta que sus pulmones estallaran, correr hasta que el dolor de sus piernas superara el dolor de su corazón.
Se soltó de Maya y Caleb con un tirón brusco.
"Adiós, Maya adiós, Caleb." Su voz se sentía ajena. "Gracias por todo, pero no puedo quedarme cerca de nadie que lo haya presenciado."
Y sin esperar respuesta, se lanzó al bosque, no en su forma loba, sino en su forma humana, porque su loba interior estaba demasiado herida para tomar el control, corrió hacia el lado opuesto a donde había huido Aiden.
Corrió y corrió, esquivando árboles, ramas y raíces, sintiendo que sus pulmones se desgarraban, corrió hasta que el bosque se hizo más denso, hasta que la oscuridad de la noche la envolvió por completo.
Finalmente, se desplomó bajo un viejo roble, su cuerpo temblando incontrolablemente, el dolor del lazo roto era una cicatriz que ardía en su alma lloró, no en silencio, sino con sollozos violentos y desgarradores, por la injusticia de su destino, por la crueldad de su supuesto amor prometido y por la pérdida de la vida que nunca llegaría a tener.
Se quedó allí, una masa destrozada de miseria, hasta que el frío de la noche comenzó a calar en sus huesos.
Solo la luna la iluminaba.
De repente, un ruido, un crujido de ramas rotas.
Lía se levantó de un salto, su instinto de supervivencia por fin pateando, estaba fuera de su territorio.
El olor llegó primero: sangre. Pura, fresca, abundante, pero bajo la sangre, había otro aroma, diferente al de su manada, un olor a tierra rica, cuero viejo y algo más… algo que olía a hogar y a calidez después de una tormenta.
Se lanzó a las sombras de los árboles, su corazón latiendo de nuevo, pero esta vez por el miedo, escuchó gritos y el sonido de espadas.
Una emboscada.
Lía, aunque herida, tenía el instinto de una guerrera, se arrastró por la espesura, su Beta interior le gritaba que corriera, que se fuera de allí.
Llegó a una pequeña colina que daba a un barranco, lo que vio la heló.
Tres lobos, desconocidos para ella, estaban atacando a un lobo solitario, no eran lobos comunes, eran Guerreros Oscuros, mercenarios conocidos por su brutalidad y su lealtad a ninguna manada, sus ojos brillaban con una malicia antinatural.
El lobo solitario era enorme, un Alpha, a juzgar por su tamaño y la forma en que se movía, con una gracia letal, a pesar de sus heridas, su pelaje era de un gris tan oscuro que parecía negro a la luz de la luna, y su gruñido era una advertencia, estaba cubierto de sangre, pero luchaba como un demonio.
Mientras Lía observaba, uno de los Guerreros Oscuros, un espécimen fornido con una cicatriz en el ojo, logró clavar una flecha de plata en el costado del Alfa Oscuro.
El lobo aulló, no de dolor, sino de furia ciega, y se desplomó.
Los tres atacantes se acercaron a él, riéndose, saboreando la victoria.
Lía se congeló, no podía quedarse, eran tres, eran Guerreros Oscuros, eran asesinos.
Huye. Huye. Huye. le gritaba su instinto.
Pero entonces, vio la flecha, la plata, sabía que sin ayuda, ese Alfa moriría de una agonía lenta y horrible.
Y algo se rompió en ella. ¿Qué más le quedaba por perder? Aiden la había destrozado, la manada la había abandonado, era una renegada de todos modos.
Tomó una decisión, la decisión más imprudente de su vida.
Salió de las sombras como un fantasma.
"¡Oye!" gritó Lía, con la voz temblándole, pero con la suficiente fuerza para llamar su atención.
Los tres Guerreros Oscuros giraron la cabeza.
"¿Qué tenemos aquí? ¿Un aperitivo?" se burló el lobo con la cicatriz, dejando su postura de ataque.
Lía apuntó con el arco imaginario hacia el guerrero. "No sé quiénes son ni qué quieren, pero si no se van ahora mismo, juro que avisaré a los lobos de esta zona, hay patrullas cerca, no quieren que los encuentren aquí, ¿verdad?"
Era una mentira descarada, estaba sola.
La táctica funcionó, por un segundo, los Guerreros Oscuros se miraron entre sí, dudando, no querían enfrentarse a una manada entera.
Ese segundo fue todo lo que Lía necesitó.
Corrió directamente hacia el Alfa caído, ignorando sus heridas, el guerrero con la cicatriz rugió y se lanzó contra ella.
"¡Maldita estúpida!"
Lía no era poderosa, pero era rápida, esquivó el primer golpe con una voltereta torpe y se lanzó sobre el lobo herido, con manos temblorosas, agarró el astil de la flecha de plata. Sabía que quitarla era un riesgo mortal.
El segundo Guerrero Oscuro ya estaba sobre ella, Lía cerró los ojos y gritó, preparándose para el impacto...
Pero el impacto nunca llegó.
Un silbido, rápido como un rayo, cortó el aire. El Guerrero Oscuro soltó un aullido gutural y cayó, con una espada curva y brillante sobresaliendo de su espalda.
Lía abrió los ojos, estupefacta.
Otro hombre.
Estaba de pie, al borde del barranco, con una capa de lana oscura ondeando en el viento nocturno, como un presagio, era más alto que cualquier hombre que Lía hubiera visto, con una constitución esbelta pero tensa, como el cable de un arco listo para disparar.
Sus ojos, al encontrarse con los de ella, no eran fríos como los de Aiden, sino cálidos y ardientes, como la miel bajo el sol, eran del color del ámbar puro, y su mirada la traspasó, la vio, la entendió en un solo instante, de una manera que Aiden nunca podría.
Su olor era el mismo que el aroma a hogar y tierra que Lía había detectado antes.
"Deja eso," ordenó el hombre desconocido, su voz era grave y meliflua, pero llevaba el tono de un guerrero al mando. "Yo me encargo de ellos, saca al Alfa de aquí. ¡Ahora!"
El guerrero de la cicatriz se lanzó sobre el recién llegado, pero este, con una velocidad inhumana, desenvainó otra espada que llevaba oculta, y el sonido del choque del metal fue ensordecedor.
Lía supo que no tenía tiempo, asintió, tragándose el miedo.
Agarró el astil de la flecha de plata, tiró con todas sus fuerzas, y el metal salió con un sonido de succión repugnante, el Alfa herido gruñó, pero no se transformó ni protestó.
El hombre de los ojos ámbar estaba luchando con una furia controlada, pero con una destreza superior a cualquier lobo de la manada de Lía.
"¡Agárrate de mi cuello!" gritó Lía al Alfa herido.
Ella no tenía la fuerza de una loba, pero la adrenalina era un motor potente, se colocó bajo el brazo del lobo caído y tiró de él, arrastrándolo colina abajo, lejos de la lucha.
El último Guerrero Oscuro que quedaba, el de la cicatriz, soltó un rugido de rabia. "¡Volveremos a por ti, Alfa!"
Lía solo escuchó el sonido de dos cuerpos cayendo y un grito que se ahogó en la noche.
Cuando se detuvo, lejos de la escena, soltó al lobo herido, se desmayó justo a sus pies.
Lía se arrodilló, su corazón todavía latiendo con una intensidad aterradora, estaba empapada en el sudor frío del pánico y la sangre ajena.
Se inclinó sobre el Alfa, respirando con dificultad. y entonces, vio su rostro.
No era solo un Alpha.
Era un joven, quizá de unos veinticinco años, con el cabello largo y negro como el ébano. Su rostro, a pesar de las manchas de sangre y el sudor, era increíblemente apuesto y marcado por una tenacidad feroz. Estaba inconsciente, pero su loba interior seguía gritando una alarma silenciosa: Peligro. Poder. Sangre de Alpha Pura.
Pero el olor de su rescatador, el hombre de los ojos ámbar, era más fuerte.
Lía miró hacia el lugar de la lucha, pero solo había silencio. El nuevo guerrero no estaba a la vista.