POV Agnes. Abrí los ojos despertando de un sutil sueño, en el que Amy y Oliver me extendían la mano, mientras estaban rodeados de un pastizal verde repleto de rosas, pero tan pronto como abrí los ojos la luz del lugar me cegó. Cerré los ojos tratando de acostumbrar mi vista y los sonidos parecieron ser más nítidos. El más audible de todos; el zumbido constante a mi lado, fue el que más llamó mi atención. Abrí los ojos y miré hacia el lugar donde resonaba. Era una de estas máquinas para medir los signos vitales de las personas, que se encontraba atada a mi pecho. Al otro lado de la cama, estaba el goteo constante del suero, miré mis manos y pude ver los pequeños tubos del suero ingresar en mi cuerpo. Mis ojos apenas se habían acostumbrado al lugar, pero la luz vívida del lugar era casi cegadora. Me senté ignorando el cansancio y tan pronto como lo hice escuché la puerta abriéndose. Alcé la mirada y pude ver a una enfermera de tez morena, su mirada inexpresiva y caminar apresurado
—¿Estás seguro de que estoy embarazada? —No pude evitar preguntarle al CEO, que aun sostenía mi mano. Él asintió, pero mis pensamientos vagaron a cada noche que pasamos juntos. Entre el deseo de nuestros cuerpos y la pasión que siempre hubo en cada encuentro, sin duda alguna pude haberme embarazado en cualquiera de esas veces. Y aunque no creo que importe cuál de ellas había sido la victoriosa, por alguna razón, mi mente intentaba descifrar cuál había sido.Quizás, porque algunas tenían significado, pero había otras en las que solo intentaba cumplir con nuestro acuerdo, si mi bebé fuera hijo de una de esas veces, yo, creo que no tendría el mismo significado.Porque si lo pienso bien, Amy, había sido consumada en mi primera vez, sé que estaba ebria, pero yo lo deseaba, y aunque traté de olvidarlo, esa vez fue muy significativa para mí.—Por el tiempo del embarazo, asumo que quedaste embarazada en la primera noche. —Comentó él de manera casual, como si estuviera leyendo mi mente. Sonro
El doctor ya había salido del cuarto del hospital, y yo no podía soltar a mi querido CEO.Sus fuertes brazos me sostenían en un abrazo cálido, que no me dejaban sentir soledad o angustia por el futuro incierto que vendría con este nuevo bebé.Su calmada respiración en mi cuello, ya no era algo que me molestara, se sentía bien saber que su calma exagerada, no era porque no tenía preocupaciones, él estaba tan preocupado como yo, pero a diferencia de mí, él sabía controlarlo.Quizás por eso siempre me vio como si fuera una autocompasiva sin remedio, en comparación de él, sí lo soy. —Agnes… —Me llamó el CEO con su voz calma a la que tanto me había acostumbrado, pero esta vez, con un tono de compasión en ella—. No tienes que preocuparte por nada, superaste esto antes, y lo harás de nuevo, esta vez no será igual, tendrás todo el apoyo que necesites, tanto económica como emocionalmente. —Dijo decidido sin apartarse de mí—. Te prometo que yo mismo cuidaré de ti. —Sus palabras eran tan simple
La mañana siguiente a nuestra salida del hospital se sentía pesada, sin futuro, pero mis esperanzas no dejaban de aumentar cada vez que veía a Amy, en el pasado había pasado lo mismo que ahora, pero la diferencia era evidente.Ya no estoy sola.Me encanta repetirlo y lo seguiré haciendo, porque ahora tenía una familia en la que podía apoyarme. En el auto, mientras la tenue luz de un sol ocultándose se filtraba por la ventanilla, mis pensamientos divagaban entre la certeza de lo que viviría a partir de ahora y la frustración de no tener respuestas claras. El terror de este nuevo comienzo era perturbador. Aunque todos los inicios lo son ¿Cierto? Oliver, mi querido CEO y esposo, se negaba a soltar mi man, cosa que agradecía, porque me recordaba que no estaba sola, y a pesar del diagnóstico del doctor, la amenaza constante de una preeclampsia que ya había marcado mi pasado, sentir su calor era curar un pedacito de mi alma.Al llegar a casa, la nostalgia me invadió, nuestra vivienda, sie
Los días siguientes se convirtieron en una especie de diario íntimo de cuidados y temores. A la mañana siguiente, tras una noche de insomnio interrumpido por espasmos de dolor en la región abdominal y un leve temblor en las manos, me di cuenta de lo frágil que era mi estado. Durante el desayuno, mientras Oliver y yo repasábamos la lista de síntomas en el monitor (la tensión arterial, la cuenta de pulsaciones y las fluctuaciones en mi visión) me aferré fuertemente a la idea de que cada pequeño dato era vital para nuestra seguridad. Oliver insistía en que no debía preocuparme demasiado, que todo se controlaría, pero en lo más profundo de mi ser, el miedo se asentaba como una sombra que se niega a disiparse. Recordé los días anteriores en el hospital, el diagnóstico y la promesa del doctor de que tendríamos “todo el apoyo necesario”. Hoy, ese apoyo se materializaba en el ambiente cotidiano de nuestro hogar, en el constante ir y venir de visitas médicas y en la forma en que mi esposo anh
semanas siguientes, la rutina se volvió un delicado equilibrio entre el monitoreo constante y los momentos de cariño.Las mañanas iniciaban con una revisión casi frustrante; medidor de presión, revisión del monitor, registro de síntomas. Oliver, que se había convertido en mi inquebrantable guardián, me ayudaba a documentar cada detalle. Yo, por mi parte, aprendí a reconocer los signos de alerta. Los dolores de cabeza, que antes solían ser vagos, se transformaron en mensajes inequívocos de alerta; la visión borrosa se volvió un objeto de estudio, y el entumecimiento en mis extremidades se registraba como un dato más en el cuaderno que llenábamos juntos.Una de esas mañanas, al mirar el registro de la noche anterior, noté que mi presión había alcanzado niveles que me llenaron de temor. Con Oliver a mi lado, decidimos que era momento de ajustar el protocolo. La enfermera nos visitó con mayor frecuencia e incluso nos recomendó algunos cambios en la alimentación y el descanso. “Menos cafe
Llegó, entonces, un día en que después de una revisión matutina y ante el incesante registro de la enfermera, el teléfono sonó con noticias de un control modificado.Oliver, con el ceño fruncido, pero la voz decidida, me indicó que el médico especialista quería vernos de inmediato debido a una fluctuación preocupante en mis cifras. La urgencia se palpaba en el ambiente familiar, y mientras el reloj marcaba el paso de cada minuto, mi corazón latía al compás de la inquietud.El traslado al centro médico se realizó de manera rápida y reorganizada. En el trayecto, sentí cómo mi cuerpo se rebelaba, con un persistente dolor de cabeza y una visión casi nublada que me hacía temblar. Oliver no soltó mi mano ni por un instante, y sus ojos se llenaron de una mezcla de preocupación y determinación. LLegamos al centro de atención materna, donde un equipo especializado ya nos esperaba para realizar una serie de pruebas más exhaustivas. Allí se comprobó que mi presión arterial había escalado en form
No suelo detenerme a pensar en cómo los meses se deslizan entre mis dedos, como arena fina que se escapa sin que nadie pueda retenerla, pero en esta etapa de mi vida, cada día se ha impregnado de un significado que trasciende la mera sucesión del tiempo. Recuerdo el instante en el que me enteré de la noticia que, entre la confusión y el asombro, cambiaría mi destino; estaba esperando un hijo... o mejor dicho, dos. Los primeros días se llenaron de emociones contradictorias. Por un lado, la euforia de saber que una parte de mí crecía y latía con fuerza en mi interior; por otro, una sombra de temor y culpa, pues en medio de este torbellino vital, la boda de Wen (la querida hermana menor del CEO) se había tenido que posponer.Ese día, mientras las campanas de la felicidad parecían resonar en otros lares, mi corazón se sentía aplastado por un peso inesperado. ¿Cómo podía ser que en el instante en el que mi vida pendía de un hilo, el mundo celebrara sin pausa la felicidad de alguien más?