La mansión estaba en calma, pero el murmullo de los empleados rompía el silencio habitual. "¿Viste a John?", "Dicen que llegó con un cabestrillo", "¿Qué le habrá pasado?". Las voces se entremezclaban en los pasillos, creando una atmósfera de curiosidad y preocupación.
Amelia, que estaba revisando unos documentos en el despacho, escuchó los rumores y sintió un nudo en el estómago. Dejó los papeles a un lado y salió apresurada, sus tacones resonando en el suelo de mármol.
Bajó las escaleras con rapidez, esquivando a un par de empleados que cuchicheaban cerca de la entrada principal. Al llegar al vestíbulo, lo vio.
John estaba de pie junto a la puerta, con el rostro pálido y el brazo derecho inmovilizado en un cabestrillo. Su mirada estaba fija en el suelo, como si evitara encontrarse con los ojos de los demás.
Amelia se detuvo en seco. Quería acercarse, preguntarle qué había pasado, pero algo en su expresión la detuvo. Había una mezcla de cansancio y dolor en su rostro que la hizo dudar.