Fastidio y ganas de agarrar a una cierta persona, que se creía el Don Juan de Nueva York, por su grueso cuello y apretarlo bien fuerte. Eso sentió Cataleya en la suite de Frank tras encontrar un tanga rosa colgando del marco de un cuadro.

Estaba todo patas arriba, como si un huracán hubiera pasado por aquella suite que apestaba a sexo.

—Perro cochino.—siseó furiosa cuando vio los condones usados. Frank actuaba como si estuviese en un hotel.

En los últimos dos días la rutina era la misma en aquel apartamento.

Frank llegaba acompañado en la madrugada de alguna mujerzuela fácil, pasaba la noche revolcándose con ella y Cataleya amanecía para ocuparse de sus tareas que incluían limpiar el desorden que ocasionaba los encuentros sexuales del hipócrita, falso y mentiroso que alguna vez la hizo sentirse única y especial en su vida.

— Ojalá y te quedes sin pene por infeliz y picha suelta. — seguía despotricando mientras lo escuchaba cantando en la ducha. Encima tenía una voz que podía perf