Capítulo 51 - “Hazlo bien”.
Los días siguieron su curso, y Alejandro estaba sumido en asuntos de la empresa. La sala olía a café recién molido y a madera barnizada; el aroma era una máscara de civismo que Alejandro aprendía a utilizar antes de entrar en combate. El ovalado de la mesa brillaba bajo la luz controlada del plafón, y las sillas, impecables, se ajustaban al cuerpo con la promesa de solemnidad que exigía la reunión. Él cruzó el umbral con la actitud pulcra de quien no permite que el mundo vea sus grietas: traje oscuro que marcaba la línea de los hombros, camisa clara perfectamente planchada, corbata ceñida como una coraza. El reloj de pulsera —un gesto más que un accesorio— hacía tic-tac con la puntualidad de un juramento.
Los asistentes tomaron asiento como piezas conocidas. Alejandro dirigió la mirada, repartió nombres, activó las presentaciones. Su voz era medida, fría cuando debía serlo, cálida cuando convenía. Controlaba la sala igual que controlaba una moneda: siempre por encima de la superficie,