120. EL JUEGO DE OTROS DIOSES
La figura de Akamanah se enderezó con cuidado, aunque mantenía ese aire servil que lo hacía parecer un aliado dócil. Pero yo sabía bien que detrás de esa máscara de sumisión se escondía el manipulado maestro del caos. Sus ojos carmesí brillaron con un destello de astucia mientras una sonrisa apenas perceptible se formaba en sus labios.
—Mi señor, he sido llamado, es cierto, pero no sé quién fue —respondió, ladeando la cabeza como si disfrutara prolongar la tensión de su respuesta—. Estaba en mi sueño eterno y, de pronto, desperté en un salón de un castillo humano.
Mi rostro se endureció. Sabía lo que significaba la presencia de Akamanah entre los humanos. El peligro era mayor de lo que imaginé; no solo por su poder, sino por la facilidad con la que podía corromper mentes.
—¿Qué quería de ti ese brujo? —indagué, clavando en él una mirada que pretendía desarmar cualquier intento de engaño.
Akamanah entrelazó sus manos, como si el gesto fuera suficiente excusa para retrasar lo inevitable