—¿Me estás amenazando? —le respondió Mariana, manteniéndole la mirada—. ¿No te da miedo que Felipe vea tus verdaderos colores?

Mariana la había estado observando todo ese tiempo, intentando entender por qué esa mujer la odiaba con tanta intensidad. Ya que, desde que la vio por primera vez, había sentido su odio hacia ella y no era porque seguía enamorado de Felipe.

Quizá era algo más profundo, algo retorcido. O tal vez... ¿Se estaba enloqueciendo?

Sin poder seguir callando, decidió preguntar directamente:

—¿Por qué me odias tanto?

Sofía le respondió casi de inmediato, con el rostro desencajado:

—Porque no soporto que, por tu culpa, Felipe ya no me mire como antes. Además, odio a los pobres como tú, que sueñan con convertirse en Cenicienta.

Mariana, que la observaba con serenidad, le dijo:

—Más bien, creo que lo que sientes por mí es envidia.

Sofía soltó una carcajada estruendosa.

—¿Envidia? ¿Yo, a ti?

—Sí —replicó Mariana sin rodeos.

Sofía la miró con desdén y preguntó, casi burlándos