Bianca Robles nunca se ha tomado nada en serio en su vida. Para ella, todo es diversión y disfrute… hasta que conoció a ese hombre: musculoso, alto y, sobre todo, hermoso. Desde ese día, se propuso que tarde o temprano sería suyo.
Sin embargo, parecía que, para él, ella tenía una enfermedad contagiosa, ya que cada vez que intentaba acercarse, él se alejaba a una distancia considerable. Pero cuando era ella quien se alejaba, él la buscaba con la mirada.
Sinceramente, no sabía qué hacer con aquella situación. La verdad era que aquel humano le gustaba mucho más de lo que pensaba, y con él quería demostrarle a su familia que sí podía romper la maldición impuesta por la Diosa Luna a todas las mujeres de su linaje.
Pues siempre soñó con encontrar al amor de su vida, ese hombre que con solo una mirada le hiciera sentir deseo verdadero. No solo para probar que era inmune al llamado vínculo de pareja, sino también para desafiar el maldito destino que la Diosa Luna le había impuesto en contra de su voluntad. Porque desde que supo que tenía una pareja destinada, lo único que quería era elegir su propio destino.
Además de encontrar a alguien que la amara profundamente, Bianca deseaba que ese amor no viniera de un maldito vínculo de pareja, o de aquella maldición que le habían impuesto desde su nacimiento.
Pues nunca pidió ser atada a nadie de las otras razas creadas por la Diosa Luna, y mucho menos a aquellas que casi destruyen su linaje familiar.
Ahora, al ver cómo su prima Priscila fue capaz de romper la maldición —aquella que dictaba que solo podían sentir deseo carnal al encontrar a su compañero destinado—, estaba más que segura de que ella también podía lograrlo. Estaba decidida a encontrar a un humano, amarlo de verdad y entregarle su corazón… y su primera vez.
Porque, aunque todos creían que era la única en la familia que no había sido afectada por el vínculo de pareja, la verdad era otra: ya que siempre supo fingir muy bien. Les presentaba hombres con los que simulaba tener relaciones amorosas, haciéndoles creer a su familia que podía estar con quien quisiera, sin que su vínculo de pareja se lo impidiera.
Pero la realidad era que, cada vez que uno de esos hombres intentaba tocarla, una repulsión profunda se apoderaba de ella y las ganas de vomitar eran tan intensas, tanto que, en una ocasión, ni siquiera pudo contenerlas y todos malinterpretaron aquella escena, pensando que estaba embarazada, cuando en realidad, era su cuerpo rechazando lo que su alma jamás había aceptado.
Le hubiese encantado que las cosas fueran de aquel modo, pero por culpa de ese maldito vínculo impuesto por la Diosa Luna, todas las mujeres del linaje Robles habían tenido que conservar su pureza… a menos que encontraran a su verdadera pareja.
Y hasta ahora, solo unas pocas habían logrado hacerlo entre los escasos sobrevivientes de su raza o entre los magos que quedaron tras el ataque de las demás especies.
Si entre ellos no se encontraba el compañero destinado, entonces no había alternativa: debían permanecer vírgenes para siempre. Una muestra clara era su tía Abril, que ya contaba con mil años y seguía guardando su primera vez. Y, por lo que parecía, su compañero estaría entre las razas traicioneras, lo que significaba que su único destino era vivir soltera por el resto de sus días.
Por eso, Bianca estaba convencida de que la Diosa Luna, al crear esos malditos vínculos, lo había hecho como una cruel burla para ellos.
¿Pues quién, en su sano juicio, entrelazaría su alma con su enemigo?
Aquellos seres que una vez quisieron exterminarlos… cualquiera que aceptara algo así, solo podía estar loco. O tener un deseo suicida.
Quién les aseguraba a ellos —a su raza, los elfos-magos— que al aceptar ese destino impuesto por la Diosa Luna, ese supuesto compañero no los traicionaría y acabaría con su vida?
O peor aún. Porque no era ningún secreto para las otras razas el inmenso poder que corría por la sangre de su linaje.Lo mejor que había hecho su tatatatatatatarabuela, la reina Minerva, había sido bloquear esos malditos vínculos de pareja.
porque ella Jamás, bajo ningún motivo, estaría dispuesta a unirse con alguna de las razas que habían masacrado a sus antepasados.
Y si tuviera la oportunidad de acabar con todos esos linajes, ya lo habría hecho sin pensarlo dos veces.
Pero la Diosa Luna no era tonta. Pues sabía lo oscuro que era su corazón. Por eso jamás le otorgó ninguna habilidad especial.
Porque si le hubiera dado que, aunque fuera un mínimo de poder, ya habría arrasado hasta con el último rincón donde respiraran esas razas traidoras.
pues con Bianca Robles nadie jugaba, sin importar que las cosas hubieran sucedido hace mucho tiempo.
Tiempo en el que ella ni siquiera pensaba nacer.
Pues ella no era tan pacífica como su bisabuela ni como el resto de su familia, que preferían dejar todo en manos de la Diosa Luna, la misma que parecía ignorar sus oraciones.
Pues desde que tuvo conciencia de quién era y del linaje al que pertenecía, le había rogado a esa Diosa que le permitiera romper aquel maldito vínculo.
Que le diera la libertad de amar a quien quisiera y no estar atada a un compañero predestinado, quien quizá fue uno de los responsables de que casi aniquilaran por completo su linaje.
Pero hasta ahora, sus súplicas no habían tenido ningún efecto.
Aún creía que, en algún momento, la Diosa Luna le escucharía. Por eso, salió con muchos hombres humanos, intentando forzar una conexión que pudiera romper ese estúpido vínculo de pareja.
Pero nada funcionó. Hasta que conoció al mejor amigo de su cuñado.
Ya que desde la primera vez que lo vio —aunque solo fuera por la pantalla del teléfono—, su corazón comenzó a latir con fuerza descontrolada.
Por eso le pidió a su prima que se lo presentara.
Sin embargo, ella le advirtió que, por su propio bien, se mantuviera alejada de ese hombre.
Pero Bianca no iba a obedecer.
Dado que, si ese humano era el único capaz de despertar su deseo, haría lo que fuera por tenerlo. Incluso si tenía que vender su alma al mismísimo demonio, lo haría, solo por tenerlo.