91. CONTINUACIÓN
Esmeralda dejó escapar un suspiro profundo mientras se recargaba en la silla, como si la pregunta la transportara a una época aún más agotadora de su vida. Giró levemente el anillo que llevaba en el dedo, un hábito nervioso que delataba que la respuesta no sería sencilla.
—Pues, aparentemente, yo los dirigía. Todo lo discutía con mi Robin. Lo llevaba a todas las reuniones conmigo —la miré con admiración y ahora entendía por qué me decía que en la edad de la vida era mucho mayor que yo—. Empezó a codearse con hombres de negocio. Tomaba medidas, aprobaba cosas. Parecía que, con doce años, podía hacerse cargo de todo. Mi hijo había puesto al frente de cada hotel a excelentes amigos y no lo traicionaron. Han cuidado de todo, como si fuera de ellos.
—¿Tan pequeño podía hacer eso? —Sentí la necesidad de preguntar—. ¿No tenía amigos? ¿No se reunía con niños?
—Robin es muy inteligente; sabía de memoria todas las cuentas y trabajadores de cada hotel —explicó ella, y comprendí aún más—. Como si