—Déjame. Ir. Zeky.— Lo miro a los ojos, deseando que vea el fuego en los míos. Que estoy tan enojada con él ahora mismo. Me ha dolido tanto durante días. No soporto su contacto. No lo quiero, pero lo anhelo con todas mis fuerzas. Necesito que me deje ir, para poder retirarme a mi auto y reprenderme por haber entrado aquí.
—No—, afirma, y luego su boca se cierra sobre la mía.
Me apreté contra su pecho mientras sus manos soltaron mis brazos para deslizarse por mis costados. Sus labios presionaron con más fuerza contra los míos, su polla dura clavándose en mi estómago. Maldita sea la lujuria que me recorre con violencia al recordar cómo se siente cuando está dentro de mí. Malditas sean mis manos por no presionar más contra su pecho, sino que ahora se quedan ahí. Apenas puedo evitar que suban más alto y se envuelvan alrededor de su cuello.
Su lengua lame entre mis labios y le ordeno a mi boca que no se abra, que no se entregue a este hombre que me ha roto el corazón. Pero mi boca, mi cuer