34. EL SECUESTRO.
Julián sentía el calor del sol abrasador en la piel mientras recorría el estrecho sendero del bosque. Había pasado días buscando respuestas, intentando entender por qué los que una vez considero amigos y que habían permanecido en las sombras durante tanto tiempo decidieron atacar ahora. Cada paso resonaba en su mente, el crujido de las hojas secas bajo sus botas se mezclaba con el eco de sus pensamientos.
Kikky, su compañera fiel y amorosa, y su hija Tamy eran su todo.
Desde que regresaron a su vida todo había cobrado un nuevo significado. Kikky, con su espíritu indomable y su amor incondicional, había sido su roca en los momentos más oscuros. Tamy, con su risa contagiosa y su inocencia, le recordaba la belleza de la vida. La sola idea de que algo les pudiera suceder lo llenaba de un terror que nunca antes había experimentado.
Esa mañana, al regresar a casa, sintió que algo estaba terriblemente mal. Las puertas estaban abiertas de par en par, y el silencio en el aire era ensordecedor.