Capítulo 95. Algo que perder.
Adrián Soler
Vi a Luciana caminar al botiquín de emergencia que colgaba de la pared, ese cuadrado metálico que siempre pasaba desapercibido en el pasillo.
La luz de la lámpara le daba un brillo extraño a su perfil, como si el rostro se hubiera afinado hasta parecer el de una estatua. Yo la observaba, con la mandíbula todavía ardiendo por los golpes de ese maldito Delacroix, y con la rabia aún corriéndome como veneno por las venas.
La veía rebuscar allí dentro con calma, como si buscara caramelos en un cajón, y cada segundo me encendía más.
—¿Qué haces? —pregunté, con el ceño fruncido, la voz ronca de tanto contener la ira que aún hervía en mi pecho.
Ella ni se giró. Sus manos largas, de uñas pintadas de rojo, se movían entre vendas, gasas y pequeños frascos. Hasta que sostuvo uno en alto, con una sonrisa torcida.
—Esto es lo que necesitamos —dijo, como si revelara un secreto.
Di un paso hacia ella, mi sombra cubriéndola.
—¡¿Qué demonios es eso?!
Luciana me miró por fin, los ojos cente