Capítulo 169. La desconocida del bar
Adrián Soler
Conducir sin rumbo era lo único que podía hacer sin pensar. El tráfico de Los Ángeles se movía como un río lento, lleno de luces y de rostros anónimos.
Dejé atrás la casa, la conversación con mi madre, y esa mezcla amarga entre liberación y nostalgia.
No quería volver al departamento todavía. No quería quedarme solo con mis pensamientos y mis culpas.
Terminé aparcando frente a un bar discreto, de esos que parecen existir fuera del tiempo. No era elegante ni popular, pero tenía lo que necesitaba: silencio, penumbra y una barra limpia.
Entré, saludé con un gesto al camarero y pedí un whisky doble. Sin hielo.
El primer sorbo quemó. Pero no dolió. Era una quemadura conocida, casi necesaria.
El local estaba medio vacío.
Al fondo, una pareja discutía en voz baja. Dos hombres jugaban al billar en un rincón, sin demasiada convicción.
En ese momento, entró una mujer, tenía el cabello castaño claro, recogido en un moño improvisado, un abrigo beige y unos ojos grandes, tristes, es