Capítulo 143. Los síntomas del amor.
Amy Espinoza
El sonido del monitor era lo único que rompía el silencio. Ese “bip, bip” suave y constante se me había vuelto una melodía.
Me quedé sentada a su lado, observando cómo el color volvía poco a poco a su rostro.
Las sombras bajo sus ojos seguían ahí, pero ya no tenía esa palidez de antes. Su respiración era más lenta, más profunda. Era como verlo regresar del borde del abismo.
Apreté su mano despacio, con cuidado, temiendo despertarlo. Pero él movió los dedos, apenas un roce, como si quisiera decirme que me había sentido ahí todo el tiempo.
—No te muevas —susurré, sonriendo apenas—. El médico dijo que necesitas descansar.
Él giró un poco la cabeza hacia mí, con esa media sonrisa que me partía el alma.
—Entonces estoy soñando —dijo con voz baja, ronca—. Porque te veo aquí.
Sentí un nudo en la garganta.
—No estás soñando, Maximiliano —le respondí—. Estoy aquí. Y no pienso irme.
Él exhaló despacio, con una expresión que mezclaba alivio y cansancio.
—No quiero que te vayas nunca