Capítulo...3

Damian Anderson, al ver que había logrado su objetivo, tomó distancia como si nada hubiera pasado. Adoptó una actitud fría, lo que hizo que Alice recuperara su compostura al verlo ponerse de pie y dirigirse a la puerta del ascensor. El silencio se cernía entre ellos, un eco de la tensa negociación. Damian no mostraba emoción alguna, su rostro era un libro cerrado a pesar de la posesión que había exhibido momentos antes. Ella, por su parte, había recobrado su fría compostura y se puso de pie, acercándose a él rápidamente.

—¿Eso fue todo? —su pregunta lo detuvo justo en la puerta del ascensor.

—¿Esperabas acaso un momento de pasión entre ambos?

—Le dejo en claro que no soy como esas mujeres con las que suele salir, señor Anderson. Tenga más respeto —le dijo con determinación.

—Resulta que te estoy haciendo un favor al casarme con una mujer tan controladora como tú, y te repito: no estás en posición de renegar, ¿estamos? Y para dejarte algo más claro, deberías estar muy feliz de casarte con el hombre que será tu salvador —le habló con voz grave—. Enviaré a alguien para recogerte. Se te indicará la residencia a la que serás trasladada. Un evento importante me espera. Hasta luego, señorita Cooper.

Las puertas del ascensor se abrieron y Damian entró; ni siquiera esperó a que ella subiera, sino que oprimió el botón y las puertas se cerraron.

—¡¡Eres un tonto, Damian Anderson!! —espetó Alice, cruzándose de brazos—. Ahora debo aceptar las nuevas reglas de tu maldito juego. Lo importante es que ya estamos del mismo lado.

Al llegar a la mansión en su lindo auto de lujo color rojo, Alice ingresó quitándose su costoso abrigo. Se sentía algo estresada por lo que había sucedido con el señor Anderson y por lo que estaba por venir, aceptando las nuevas reglas del juego.

—¡Hija, qué bueno que llegas! Tu padre estuvo preguntando por ti —su madre la recibió con un fuerte abrazo.

—¿Y dónde está, madre? —Alice se acercó al sillón y tomó asiento, quitándose los tacones para relajarse un poco.

—Ya sabes cómo es tu padre… está buscando soluciones para no perder la empresa, cariño. Él se niega a que te cases. Mira, en las noticias están hablando de la empresa, cariño —su madre se dispuso a subir el volumen a la televisión, mientras que Alice trataba de no prestarle atención; estaba preocupada por su padre y su oposición a ese matrimonio.

—Todos están sabiendo que estamos en manos de los Anderson. ¿Cómo es posible que lo hayan sabido?

—Somos de las familias más importantes, madre, es imposible que no lo sepan. Creo que iré a mi habitación, me duele la cabeza.

—¡Espera, hija, mira! —su madre, Gala Cooper, miró la televisión sorprendida—. ¿Ves, cariño? Esa es la razón por la que tu padre se rehúsa a que te cases con ese joven apuesto.

Alice se quedó paralizada. En la pantalla, Damian Anderson aparecía caminando por la alfombra roja, del brazo de una joven vestida con un elegante y ardiente vestido rojo, durante la gala de aniversario organizada por el Alpha Group Anderson, dándole una leve caricia en su desnuda espalda favorecida por el sexy vestido.

Gala Cooper, madre de Alice, vio las imágenes en la televisión, reconociendo a Damián y a la mujer a su lado. Su rostro se descompuso en una expresión de alarma.

—Hija, por favor… ¿Estás segura de esto? —le preguntó, mirándola a los ojos, deseando evitarle a su hija una decepción.

Alice se obligó a mantener la calma. Se giró hacia su madre, una máscara de serenidad en su rostro, a pesar de la ira interna, a pesar de tener ganas de gritar y decirle a Damian hasta de qué se iba a morir por estar junto a otra mujer cuando se suponía que habían llegado a un acuerdo.

—Debe ser un evento comercial programado con antelación, mamá. No te preocupes. Todo está bajo control. Ya sabes cómo son los Anderson. Iré a mi habitación, por favor, no me molesten —dijo y se inclinó para agarrar sus tacones y luego su abrigo. La chica se marchó casi corriendo a su habitación y, al llegar, cerró la puerta con seguro y dejó caer su abrigo. Estaba furiosa.

Después de tanto caminar de un lado a otro, terminó de pie frente al gran espejo donde podía verse entera. Pensó en aquella mujer que iba tomada del brazo de su futuro esposo. Aquella imagen de la mujer en el vestido rojo se superponía a la suya. Se apartó un mechón de cabello de la mejilla, un gesto casi inconsciente.

Pero en su mente, no podía dejar de revivir lo ocurrido durante el día: la negociación, la mirada de posesión de Damián y ahora, la imagen de él con otra mujer. Soltó un largo suspiro de cansancio.

—Que ni crea ese hombre que soy tonta. Tengo la ventaja; soy una mujer que cualquier hombre de estatus querría. El padre de Damian solo me aceptará a mí como esposa, no a esas mujeres que seguramente solo quieren dinero y fama —dijo—. A ver… Damian no hace caridad; ya sabía todo esto del matrimonio y seguramente es porque su padre se lo exigió —pasó saliva—. Del resto, él no hubiera aceptado porque no es hombre de una sola mujer —pensó, pero tantos pensamientos la tenían a punto de colapsar y de pensar que quizás no tenía el control como ella lo creía—. No puedo rendirme. Mi familia me necesita. Mi padre moriría si pierde su empresa. No me puedo rendir, tampoco puedo ser la burla de un hombre como Damian, así que me va a oír cuando nos veamos.

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