XXIX. MALOS ENTENDIDOS

—Buenos días, señorita María —saludó Dan un tanto desconcertado al verme entrar en la cocina cerca de las seis de la mañana.

—¿Buenos días? —pregunté molesta—, son pésimas madrugadas. No he podido pegar el ojo en toda la noche. Estoy cansada, me duele la cabeza, pensé toda la noche y aún no sé qué hacer… ¿Qué me recomienda, Dan?

—Un café, señorita —dijo poniendo frente a mí una taza de un líquido oscuro y de delicioso aroma.

—Preferiría cianuro —musité—, así todo terminaría más pronto.

Dan se quedó perplejo, mirando a una despeinada y desvalida María que se rendía al no ver opciones.

—Eso es algo injusto —señaló mi mayordomo—, si se rinde ahora decepcionará a

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