Alejandro y yo nos acomodamos nuevamente en la parte central del velero, donde Eugenio ya nos tiene preparada otra sorpresa: una botella de champán bien fría y dos copas de cristal.
—¡Vamos a hacer esto como corresponde! —exclama con entusiasmo, mientras nos muestra la botella—. No hay viaje romántico sin un brindis.
Alejandro arquea una ceja y me lanza una mirada rápida, como si intentara medir mi reacción. Yo, en cambio, le sonrío con emoción y me froto las manos.
—Me gusta cómo piensas, Eugenio.
Nuestro guía nos tiende las copas y se encarga de abrir la botella con destreza. Con un pequeño "pop", el corcho sale disparado al aire y el líquido burbujeante se vierte en nuestras copas.
—Salud por los recién casados —dice Eugenio con una sonrisa cómplice mientras nos entrega las copas.
Alejandro y yo intercambiamos una breve mirada antes de chocar suavemente nuestras copas.
—Por… la luna de miel —murmura él con su característico tono monótono.
—Por la luna de miel —repito, ocultando una