La noche cayó con un silencio que no era natural. Las llamas del campamento ardían más bajas, como si temieran al viento, y ni siquiera los lobos se atrevían a aullar. En la tienda central, Lía no lograba dormir. Cada vez que cerraba los ojos, una voz la llamaba desde las profundidades del subconsciente: grave, femenina, vibrante como un eco contenido durante siglos.
—Aún no me has elegido…
Se levantó y caminó hacia el claro. La luna, pálida y completa, parecía colgar sobre ella con expectación. Kael la siguió en silencio. Sabía que algo la perturbaba.
—¿Qué escuchas? —preguntó.
—Una voz —susurró ella—. Como si alguien me hablara desde… adentro. Desde un lugar que no reconozco.
Maelys llegó en ese momento. Había estado estudiando los fragmentos de espejo recuperados. En uno de ellos, la misma runa desconocida del Santuario del Eco comenzó a arder por sí sola.
—Esa marca… —murmuró—. No solo es de los exiliados. Es de alguien específico. De Seraphyne.
—¿Quién es? —preguntó Kael.
—La fun