Capítulo 93.
—El Alfa Said abrió la carta y la leyó una vez. La volvió a leer.
—Que así sea —gruñó, y le pasó la carta a su hijo. Jared también gruñó mientras su padre hablaba—. ¡Vámonos!
Sin despedidas. Se dieron la vuelta y se marcharon con sus guardias, dejando tras de sí un silencio tenso y un rastro de mala cara que se pegó al claro como si fuera polvo.
Papá había calculado todo. Sabía que muchos Alfas se enfadarían por el montaje, que algunos lo tomarían como un insulto y otros como una humillación pública.
Por eso había ordenado preparar sacos con dinero: un pago para calmar, para compensar el tiempo y la preocupación, una recompensa simbólica para que nadie perdiera los estribos del todo. Los sacos se entregarían por un miembro de nuestra manada —los que custodiaban los territorios— al ver regresar a los Alfas con sus lobos. Si alguien aún protestaba, papá escucharía; al escucharles, les daría un segundo saco. Después de eso les gruñiría directamente que dejaran de molestar o tend