Buscó en su celular el número desde el cual él la había llamado y marcó. No iba a abandonar la ciudad de Al Wakrah con desconocidos así como así. Por cosas como estas desaparecían personas a diario.
—Buenos días, Susan.- le respondió esa voz gruesa y gutural que le ponía los pelos de punta.
—Señor al Gala, usted en ningún momento me dijo nada sobre un vuelo en jet. Me rehúso a abandonar la ciudad sin una explicación, según entiendo usted vive en Doha, la capital de este país , pero…
—Mire hacia arriba, señorita Brandon.
—¿Hacia arriba? ¿Para qué?
—Solo hágalo.- insistió él.
Ella obedeció a regañadientes, y palideció al instante.
El árabe la contemplaba con una sonrisa torcida y celular en mano, desde la puerta de su aeronave.
—Veo que es usted muy desconfiada, lo cual es perfecto.- se burló él. – nos llevaremos de maravilla.- colgó.
Susan comprimió sus mejillas, mirando como el loco se metía en su avión, y le daba la espalda.
“Cincuenta mil dólares, cincuenta mil dólares”
Se repitió e