Cerré los ojos con fuerza, sin querer verlo a la cara después de tantas cosas. Dioses, por un momento llegué a considerar que podría morir de la vergüenza.
Su carcajada me tomó por sorpresa. Cuando por fin me atreví a abrir los ojos, descubrí que mi cuerpo volvía a la libertad, mientras Nate estaba en el suelo, riendo. Incluso se agarraba el estómago con fuerza.
Le lancé una almohada, que él atajó con gran facilidad, mientras me sonrojaba. Maldición. ¿Qué le resultaba tan gracioso?
—¡Nate!
—Perdón, perdón —se secó una lagrimita del ojo, entre risas—. Es sólo que me preguntaba hasta dónde serías capaz de llevar esto.
—¿Qué? —pregunté, confundida.
—Vamos, conejita, sé que es tu hermano desde la primera vez que lo vi. ¡Me hablaste sobre él! ¿Creíste que me creería el cuento de que era tu mate? Digo, al principio estuve muy confundido, no puedo negarlo, pero luego de un par de minutos supe que estaba actuando de manera infantil.
—No puedes estar hablando en serio —murmuré, desviando la mi